miércoles, 27 de agosto de 2014

agosto 27, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Don Cucoldo hizo un viaje de negocios. Lo concluyó antes de lo esperado, y le puso un e-mail a su esposa avisándole que llegaría esa misma noche. Llegó, en efecto, y sorprendió a la señora en el lecho conyugal con un desconocido. Desconocido para don Cucoldo, quiero decir, pues la mujer daba trazas de conocer bien a su concubinario, a juzgar por las expresiones con que se dirigía a él: lo llamaba "coshototas", "negro santo" y "papasón". Al ver a su marido la infiel prorrumpió en llanto desgarrado y exclamó con gemebundo acento: "¡Perdóname, Cucoldo!". Respondió él, solemne y digno: "No puedo perdonarte, mujer. El hecho de que no leas tus correos constituye un descuido imperdonable". El guía del museo londinense dijo a los visitantes: "Esta estatua egipcia tiene más de 5 mil años de antigüedad. Es muy posible que Moisés la haya visto". Preguntó Babalucas: "¿Y qué andaba haciendo Moisés en Londres?". Gordoloba presentó una demanda de divorcio en contra de su esposo. El juez le preguntó: "¿Por qué quiere usted divorciarse, señora?". Respondió ella: "Mi marido me hace objeto de violencia física y mental, tanto que en un año que llevo de casada con él he perdido 20 kilos". "¡Infame barbaján! -se indignó el juzgador-. Maltratar así a una mujer es vil acción. Divorcio concedido". "¡Aún no, señor juez! -se apresuró a pedir Gordoloba-. ¡Todavía quiero perder unos kilitos más!". (Nota del autor: yo la vi por atrás, y le encontré los 20 kilos que según ella había perdido). El patrullero detuvo al conductor y le preguntó: "¿Ha estado usted bebiendo?". "¡Claro que no! -respondió airadamente el tipo-. ¿Acaso ve una mujer fea en mi automóvil?". Doña Macalota le reclamó a su esposo don Chinguetas: "Toda la noche me estuviste diciendo maldiciones dormido". Respondió él, hosco: "¿Quién te dijo que estaba dormido?". Hace algunos días peroré en la capital de la República antes un millar de médicos veterinarios pertenecientes a la federación que dirige el doctor Osorio Chong. Presidió el acto el licenciado Enrique Martínez y Martínez, quien fue excelente gobernador de Coahuila, mi estado, y es ahora eficiente secretario de Agricultura. En su intervención habló de acciones de importancia, concretadas ya, en bien de los campesinos y productores agropecuarios en general, acciones tales como el financiamiento al campo y la promoción de la horticultura y la fruticultura. En forma muy amable el secretario destacó mi presencia. Dijo: "Catón es el coahuilense más conocido y más reconocido". Sé que al decir eso habló el amigo, por eso agradezco más su generosidad. La verdad, me gusta sentir el afecto de la gente. Lo sentí en Pachuca, Hidalgo, este último domingo. Fui invitado por la universidad hidalguense a presentar mi más reciente libro, La guerra de Dios. El público abarrotó el bello teatro en que tuvo lugar esa presentación, y aplaudió de pie mi perorata. Esto de ser juglar itinerante tiene sus recompensas. Una de ellas es recibir tales muestras de afecto. La mejor forma de expresar mi agradecimiento a Pachuca y a la universidad hidalguense es no omitir esta mención y decir, como diré en detalle en próximas columnas, las bellezas que vi y las delicias de gastronomía que disfruté en Hidalgo, de donde por cierto es ciudadana distinguida la licenciada Alma Carolina Viggiano Austria, talentosa directora de la Conafe y primera dama de Coahuila. Hablando de libros, hoy entregaré a mi querida casa editorial, Diana, del Grupo Planeta, el original de mi nueva obra, Plaza de almas, con textos -la gran mayoría inéditos- de esa sección de mi columna que tanto ha gustado a mis cuatro lectores. Malvino Posafría, general revolucionario maderista, carrancista, villista, orozquista, zapatista, obregonista, callista, delahuertista, escobarista y cedillista iba a ser fusilado al amanecer. Como última voluntad el leal mílite pidió que le permitieran pasar la noche con su esposa. Acudió ella al cuartel, y la oficialidad dispuso una habitación privada a fin de que el general pudiera gozar por vez postrera un instante de amor. Cuando llegó la señora el condenado a muerte fue hacia ella, la abrazó con emoción y empezó a besarla apasionadamente al tiempo que la conducía al tálamo. "¡Ah no! -lo rechazó la mujer-. Recuerda que tienes que levantarte de madrugada". FIN.