jueves, 14 de agosto de 2014

agosto 14, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

La iglesia del pastor Amaz Ingrace prohibía estrictamente el baile. Pensaba que era camino seguro a la condenación. (¿Se imaginan ustedes a Fred Astaire en el infierno?). Cierto día el reverendo se vio a solas con la organista del templo, y los dos entraron en ansias de erotismo. Le pidió ella arrebatadamente: “¡Hágame el amor, hermano!”. Opuso el predicador: “El piso está muy duro, y frío”. Insistió, vehemente, la mujer: “¡Así de pie!”. “¡Oh no! -se alarmó él-. ¡Va a parecer que estamos bailando!... De peluche, si me es permitida esa expresión culterana, le salió al Presidente Peña Nieto la reforma energética. En modo que nos hizo evocar tiempos que creíamos ya pasados la voluntad presidencial se impuso, incontrastable, sobre todas las fuerzas vivas, las muertas ya pa’ qué. La única novedad en el frente es que no hubo frente. ¿Qué se hizo Andrés Manuel? Los gigantes de la Oposición ¿qué se hicieron? ¿Qué fue del ingeniero Cárdenas; qué de los intelectuales de la izquierda y de tanta argumentación como trajeron? Las escasas voces que contra la reforma se elevaron, entre la propaganda oficialista se perdieron. Hay quienes estamos convencidos de que los cambios hechos eran necesarios. Pemex había tocado fondo en improductividad, ineficiencia administrativa y rampante corrupción. Peor no se podía ya estar. El estatismo en materia petrolera tenía aherrojado a México; había que romper las ataduras de la demagogia y el anacrónico nacionalismo. (Permítanme un momentito, por favor. Voy a apuntar eso de lo aherrojado y de las ataduras, etcétera, para usarlo en algún discurso sobre el tema. Gracias). Pues bien: aun a quienes estuvimos en favor de la reforma nos habría gustado ver alguna resistencia vigorosa a ella. Extrañamente no se presentó, y las apocalípticas admoniciones de quienes auguraban el derrumbe de la nación a consecuencia de estos cambios resultaron ser a fin de cuentas el parto de los montes. Y con anestesia. La buena noticia, entonces, es que se hizo un cambio impostergable ya. Desde el Tratado de Libre Comercio no se veía en México una reforma de tan hondo calado. La mala nueva es que no hubo oposición firme y razonada a esa medida gubernamental. Toda protesta se diluyó en agua de borrajas. Y del TLC a nuestros días han pasado 20 años. Ante esa situación un referéndum o consulta pública sobre la reforma energética equivaldría a practicarle maniobras de onanismo al hoy occiso, si me es permitido el uso de otra expresión ática. En fin, que en materia de oposición no sólo estamos retrocediendo: también vamos p’atrás. La señora y su vecina tomaban el café. Se quejó la señora: “Mi marido es bueno sólo para una cosa”. Y dice la vecina, desdeñosa: “¡Bah! ¡Ni siquiera para eso es bueno!”. Dos amigos se encontraron después de largo tiempo de no verse. Uno le preguntó al otro: “¿Qué es ahora de tu vida?”. Responde el amigo: “Decidí por fin seguir mi verdadera vocación. Cerré mi despacho de contaduría, y ahora soy escritor”. “¡Fantástico! -se alegra el otro-. Y ¿has vendido algo?”. “Sí -contestó, mohíno, el otro-. La casa, el coche, los muebles.”. Relataba Capronio, sujeto ruin y desconsiderado: “Cuando yo tenía 14 años mis padres se mudaron a otra ciudad. Al cumplir los 16 los encontré”. Comentaba un señor: “Mi esposa tiene una personalidad magnética. Todo lo que ve en la tienda lo carga”. “Dime, Pepito -preguntó la maestra-: ¿cómo deletreas la palabra ‘vaca’?”. Deletreó el chiquillo: “B-a-c-a”. “Así no se deletrea” -le dijo la mentora. Replicó Pepito: “Usted no me preguntó cómo se deletrea la palabra. Me preguntó cómo la deletreo yo”. Decía con tristeza don Algón: “Siempre traigo en la cartera el retrato de mi esposa y mis hijos. Así recuerdo por qué está vacía”. Viene ahora un cuento de color subido. Quienes no gusten de leer cuentos de esa tonalidad deben suspender en este mismo punto la lectura. Un sujeto les contó a sus amigos: “Estuve anoche con una hermosísima mujer. La desvestí, la llevé al lecho y empecé a besarla apasionadamente. La besé en los labios, la besé en el cuello, después en el busto, seguidamente en el ombliguito, y luego volví a besarla en los labios”. Eres un mentiroso -le dijo uno-. Del ombligo jamás nadie se ha devuelto”. (No le entendí). FIN.