viernes, 1 de agosto de 2014

agosto 01, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Doña Saturna, nueva rica, hacía honor a su nombre: tenía muchos anillos. Presumía de culta porque había hecho un curso de lectura rápida por correspondencia. Con ese método leyó “La guerra y la paz”, de Tolstoi. Cuando el maestro le pidió que resumiera la obra dijo: “Trata de rusos”. Con ese bagaje cultural se sintió superior a cualquiera, sobre todo a su marido, al que continuamente tachaba de ignorante. Cierto día la fatua mujer sorprendió a su esposo en comercio carnal con Famulina, la joven criadita de la casa. “¡Aristarco! -le reclamó con furia de anfisbena-. ¡Qué es esto!”. “Perdóname, mujer -se disculpó, burlón, el follador-. Soy tan ignorante que ni siquiera sé lo que hago”... Babalucas fue a solicitar un empleo. Le preguntó el jefe de personal: “¿Habla usted inglés?”. Contestó el badulaque: “Oui”. “Eso no es inglés -lo corrigió el otro-. Es francés”. “Entonces -dijo Babalucas- ponga en la solicitud que también hablo francés”... Era ya de madrugada cuando Empédocles Etílez se despidió de la señora de la casa. “Me voy, hermosa -le dijo-. Soy el último en retirarme, pero es que la fiesta estuvo fantástica”. “No te vas a ir -respondió ella-. En primer lugar tienes que ayudarme a lavar los platos. Y en segundo lugar, idiota, ¡aquí vives y yo soy tu esposa!”... La exuberante morena de amplísimas preponderancias posteriores llegó a la agencia de viajes. Llevaba un precioso juego de maletas. Le dijo al encargado: “Quiero emprender un viaje ahora mismo. ¿A dónde puedo ir?”. “Señorita -respondió el hombre-. Con esas petacas puede usted ir a donde quiera”... Si yo hiciera reformas energéticas lo primero que haría al terminar de hacer una sería redactar un cuadernillo, que se distribuiría masivamente, con las preguntas que la gente se estuviera haciendo acerca la reforma, y las respuestas, claras y concisas, a esas preguntas. De ese modo se disiparía cualquier duda, y eso quizá contribuiría a hacer menor la resistencia a la reforma. Es fácil sembrar inquietudes cuando un cambio no se entiende. En el caso de la reforma energética hecha por el Gobierno se está acusando a quienes la hicieron de traición a la Patria; de estar entregando al extranjero un recurso que pertenece a los mexicanos. Es necesaria entonces una explicación que satisfaga al pueblo y lo convenza, como dicen los voceros oficiales, de que la reforma no implica la pérdida del petróleo, sino antes bien propiciará su mejor aprovechamiento, y por ende un mayor bienestar para la gente. Esa explicación no se ha dado. Muy pronto aquel viajero se dio cuenta de que el hotel al que había llegado no era precisamente de cinco estrellas. Cuando pidió una toalla el encargado le dijo: “Tendrá usted que esperar. Otro huésped la está usando”... Doña Pasita fue a una exposición de pintura. Se inquietó al ver un enorme cuadro en el cual, sobre un fondo negro, aparecían manchas amarillas, brochazos ocres, rasgos anaranjados, espirales rojas, formas difusas en color café. Le dijo al pintor: “Francamente no entiendo su cuadro. No sé qué sea todo eso”. Altanero respondió el artista: “Señora: yo pinto lo que llevo en mi interior”. Arriesgó doña Pasita: “¿No ha probado a purgarse”. Decía un actor de la televisión: “Cada vez que conozco a una mujer hermosa o está casada ella o estoy casado yo”. La mucama de lady Loosebloomers y la de lady Highrump salieron juntas en su día de descanso. La primera llevaba un lindo vestido. Le preguntó la otra: “¿Cómo te hiciste de él?”. Respondió la mucama bajando la voz: “Conocí a un caballero que tenía 100 libras”. Una semana después volvieron a salir. Ahora era la mucama de lady Highrump la que lucía un bello vestido. Preguntó la otra: “¿Cómo te hiciste de él?”. En voz baja respondió la mucama: “Conocí a diez caballeros que tenían 10 libras cada uno”... Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, conoció a una linda chica en el bar y de inmediato le propuso: “Vamos a mi departamento a pasar la noche, y mañana mismo me casaré contigo”. Opuso la muchacha: “No te creo”. Preguntó Afrodisio: “¿Cuánto hace que me conoces?”. Respondió ella. “Cinco minutos”. Manifestó muy serio Pitongo: “Y en todo ese tiempo ¿te he dicho alguna mentira?”... FIN.