miércoles, 16 de julio de 2014

julio 16, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 16-VII-14

No hay duda. El gobierno y los partidos políticos le han echado valor. Por décadas los integrantes del Estado mexicano le han dado la vuelta a enfrentar a los monopolios, duopolios, poderes fácticos o como se les quiera llamar.

Con los matices que se han expuesto en columnas anteriores, los poderes Ejecutivo y Legislativo han lanzado a la arena pública nuevas legislaciones que buscan, de entrada, poner límites a los dos poderes económicos más relevantes, aunque desiguales entre sí: telecomunicaciones y televisión.


Pero hay un monopolio que se les compara económicamente y los supera en poder. Es el monopolio que ejercen los partidos políticos sobre la democracia mexicana.


Las empresas más importantes de telefonía y televisión tienen que apechugar con su preponderancia a la voz de ya. Y si no, hay sanciones, multas, etcétera.

Si bien a partir del próximo año se permiten las candidaturas independientes, los políticos se dieron de plazo ¡hasta el 2018! para que entre en vigor la reelección. Según los expertos ambas medidas quitarán poder a las dirigencias nacionales en su monopolio para decidir quién es candidato y quién no (conociendo las trampas del sistema político mexicano, modero mi optimismo).

Sin embargo, donde las reformas no rozaron siquiera a los monopolios políticos, fue en el dinero. Intactos.

Sólo en la segunda mitad de este año recibirán —financiados por el grueso de los mexicanos que, curiosamente, se manifiestan no representados por ellos— un total de mil 588 millones de pesos. Eso equivale a 10 millones de pesos diarios.

Hasta los partidos nuevos, como el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) de Andrés Manuel López Obrador, recibirán 36 millones de pesos en cinco meses cada uno. Con ese dinero, ni cómo descalificar a las instituciones.

Sería un gran gesto de los reformadores actuales un ejercicio de austeridad: ¿qué tal un recorte de 50% a estos gastos?

Naive. A este monopolio lo regula… el monopolio mismo.

SACIAMORBOS


El oficio de reportero me ha regalado muchos momentos lindos. Definidos así. Sin más. Lindos.

Uno de ellos, en noviembre de 2006, en la sala privada de la Expo Guadalajara donde se resguardan como estrellas de rock los escritores más importantes que van a la Feria Internacional del Libro (FIL). Ahí hacen su “ajuste de tiempo” entre que llegan al recinto y es su turno de saltar a alguna de las salas donde hacen presentaciones, ofrecen ponencias, firman libros.

Me tocaba moderar una mesa así que tuve acceso a la privilegiada estancia de dos pisos. Y atestigüé cómo se conocieron Nadine Gordimer y Carlos Fuentes. Se abrazaron, se saludaron como si se hubieran visto mil veces; en un perfecto inglés corrieron la cortesía del “cómo estás”, qué tal sus apariciones públicas programadas. Fuentes —anfitrión en tanto mexicano— le preguntó qué tal la trataba el país y luego los dos se quedaron, sentados en sillones, uno al lado del otro, conversando unos minutos.

Fuentes nos dejó en mayo de 2012. La sudafricana Gordimer, premio Nobel de literatura 1991, se fue hace tres días.