jueves, 3 de julio de 2014

julio 03, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Se llamaba Másculo -”Con acento en la a, por favor”, insistía siempre-, y se apellidaba Machín. Vivía en el piso alto de un edificio de departamentos. A través de la ventana veía por las mañanas a una hermosa mujer de esculturales formas cuyo departamento estaba frente al suyo, patio de por medio. La exuberante dama se mostraba en ropas bastante menores, pues no traía ninguna. Él la miraba embelesado, y al verla sentía en su interior -y en su exterior más- el urente llamado de la carne, tan potente que suele anular en los humanos todo sentido de la sindéresis y la ponderación. Por causa de esa pasión insana el rey Rodrigo. (Nota de la redacción: Nuestro estimado colaborador narra en 14 fojas útiles y vuelta la leyenda del rey Rodrigo y la pérdida de España, relato que, aunque interesante, nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio). Cierto día la tentadora fémina le hizo una seña a Másculo -con acento en la a, por favor- como invitándolo a que la visitara. Calculó el excitado Machín cuál sería el departamento de la bella, y a toda prisa se dirigió hacia él poseído de ignífera pasión. Llamó a la puerta y ¡oh sorpresa!: se había equivocado. En vez de ver a la muchacha se encontró frente a un negro de estatura gigantea y musculatura de coloso que sin decir palabra lo introdujo en su departamento y lo hizo sufrir un destino peor que la muerte. Mohíno, encalabrinado, Machín volvió a su habitáculo a rumiar aquella desventura. Al día siguiente sucedió lo mismo: la bella mujer le hizo la seña invitadora; acudió él tratando de calcular mejor cuál sería el departamento de la hurí; se equivocó de nuevo, y otra vez cayó en manos -y todo lo demás- del musculoso negro. Cuatro o cinco veces más volvió a pasar aquello. Finalmente un día Másculo acertó. Llamó a la puerta y le abrió la guapísima dama, que no llevaba encima más que unas cuantas gotas de Chanel número 5. “Pasa” -le dijo con sugestiva voz al tiempo que hacía a un lado una de las gotas para verse aún más provocativa. Respondió Másculo (con acento en la a, por favor): “Perdone usted. En realidad vengo buscando al negro”. La palabra “forúnculo” es sonora, lo mismo que muchos términos esdrújulos. Nada grata es la manera en que el diccionario la define: “Inflamación purulenta producida por la infección bacteriana de un folículo piloso”. (¡Uf!). Cuando en la escena pública advierto la presencia de alguien que esgrime armas sin tener para ello autoridad legal, eso me basta para descalificarlo automáticamente. Lo hice con el llamado subcomandante Marcos -ya no recuerdo cómo se llama ahora-; lo hice también con las sedicentes autodefensas que surgieron en Guerrero y Michoacán. Algunos espíritus románticos vieron un héroe en aquel encapuchado que según su propio dicho era sólo una botarga, y otros consideraron que quienes integraban esos grupos armados eran auténticos luchadores de la sociedad civil que salían a defender sus derechos y los de la comunidad. Ahora esas bandas, y quienes las han dirigido, son para el Gobierno un forúnculo en salva sea la parte, “a pain in the ass”, si me es permitido usar una locución de extranjis. Y es que la ley no se puede cumplir apartándose de la ley. El desdén por el orden jurídico siempre trae por consecuencia el desorden social. Quienes legitimaron a las autodefensas empiezan a ver ahora el resultado de su indebida permisión. A tiempo se los dije, y desoyeron mi consejo. No vengan ahora a mí en solicitud de ayuda. En primer lugar yo se los advertí, y en segundo esta tarde me voy a ir al cine a ver Maléfica. La adivinadora de la suerte le anunció a la ranita: “Conocerás a un guapo muchacho que querrá saberlo todo acerca de ti”. “¿Dónde lo conoceré? -preguntó ansiosamente la ranita-. ¿En un bar? ¿En una fiesta?”. “No -le dice la adivinadora-. En el laboratorio de la clase de Biología”. “Fui al cine -relató Babalucas-, pero nunca abrieron la taquilla. Y la película se veía interesante: ‘Cerrado por reparaciones’”. Un buen amigo consoló a Meñico Maldotado, infeliz joven con quien la naturaleza se mostró avara en la parte correspondiente a la entrepierna: “No te mortifiques. Tus parejas ni siquiera se fijarán en eso. Estarán demasiado preocupadas por el tamaño de sus bubis”. ¿Qué es lo peor que una madre le puede decir a su hijo? “Debí haberte comido cuando tuve la oportunidad”. (No le entendí). FIN.