viernes, 18 de julio de 2014

julio 18, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

La nueva maestra, mujer enérgica y de carácter duro, le dijo a Rosilita: “No me gusta desperdiciar palabras. Cuando te haga así con el dedo índice eso querrá decir que vengas’’. “A mí tampoco me gusta desperdiciar palabras -respondió la chiquilla-. Cuando yo le haga así con el dedo de en medio eso querrá decir que no iré’’... Madrilo y Valencio, españoles, iban a ir de cacería a un bosque. Al iniciar el viaje dijo Madrilo: “Para no perdernos llevaré una brújula y un mapa detallado del bosque y sus alrededores”. “Me parece muy bien -juzgó Valencio-. Pero para el caso de que nos perdamos yo llevaré arroz, azafrán, pollo, trozos de carne de cerdo, camarones, almejas y una paellera”. Preguntó, intrigado, Madrilo: “¿De qué nos servirá todo eso en caso de que nos extraviemos en el bosque?”. Explicó Valencio: “Si nos perdemos y no llega nadie en nuestra ayuda, encenderé fuego y empezaré a hacer una paella. Inmediatamente vendrán cien gilipollas a decirme que así no se hace una paella”... Un rico banquero se prendó de una muchacha a quien nadie conocía en la ciudad. Los abogados del ricacho, temerosos de que su cliente cayera en manos de una mujer ambiciosa y sin escrúpulos, contrataron secretamente a un despacho de detectives a fin de que recabara informes de la chica. Una semana después los pesquisidores entregaron su reporte: “La joven mujer objeto de la investigación es virtuosa, de excelente conducta, absolutamente decente, casta y honesta. Lo único malo que se puede decir de ella es que a últimas fechas se le ha visto en compañía de un banquero ladrón, sinvergüenza, desprestigiado y de pésimos antecedentes personales, familiares y sociales”... Pepito lloraba desconsoladamente porque su tortuguita había muerto. “No llores -trató de consolarlo su mamá-. Te llevaré al centro comercial; comeremos pizza, y de postre un helado grande; escogerás un juguete que te guste; después iremos a ver una película, y en el cine te compraré un chocolate, un refresco y una cubeta grande de palomitas. ¿Qué te parece? Pero... ¡mira! ¡La tortuguita no murió! ¡Se mueve! ¡Estaba dormida nada más!”. Pregunta Pepito: “¿Puedo matarla?”... Don Pipino, tímido señor, estaba casado con una fiera mujer, doña Gorgolota. Había comprado don Pipino un billete de lotería para el sorteo de los viernes, y sucedió que se sacó el premio mayor. Lleno de júbilo corrió a su casa. En el camino iba pensando cómo le iba a dar la noticia a su mujer. Le diría: “¡Me saqué el premio gordo, vieja, no agraviando!”. Al llegar, sin embargo, se encontró con que doña Gorgolota no estaba en la casa. Sobre la mesa del comedor vio una carta en la cual su esposa le anunciaba que se había ido con su mejor amigo. Don Pipino meneó la cabeza y dijo: “No cabe duda: cuando la buena suerte llega, por todos lados llega”... Los modernos artilugios y formas de comunicación -Internet, iPad, iPod, iPhone y todos los demás ai que en el mundo hay- son un prodigio, sobre todo para alguien como yo, perteneciente a la época de la carta y el telegrama. Esos aparatos, sin embargo, por el anonimato que encubre a quienes lo usan mal, se prestan a cometer abusos que constituyen delitos susceptibles de persecución. En mi caso hay quienes usurpan mi nombre y mi pseudónimo para poner en la red mensajes y comentarios con los que nada tengo yo que ver. Otras veces lo he dicho, y lo repito ahora: no tengo cuenta de facebook o de twitter, ni ningún blog o portal. Tiempo quisiera para poder dar respuesta a los numerosos mensajes que me envían mis cuatro lectores, y que en ocasiones me es imposible responder en virtud de mis viajes y quehaceres, por lo cual les ofrezco una disculpa. A quienes hacen mal uso de mi nombre les pido que dejen de hacerlo, para que no me pongan en la precisión de recurrir a la ley en contra de mi voluntad. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado.Una mujer entró en la farmacia y le preguntó al encargado si el Viagra realmente funcionaba. “Desde luego que sí -respondió el hombre-. Aquí en confianza le diré que yo mismo la he probado, y da excelentes resultados”. La mujer, deseosa de conocer la pastilla, le pidió al farmacéutico: “¿Podría ponerla sobre el mostrador?”. “Pienso que sí -contestó el hombre-. Pero para eso tendría que tomarme dos”... (No le entendí)... FIN.