domingo, 13 de julio de 2014

julio 13, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue de vacaciones a Cancún. Sola en su cuarto de hotel rezó con devoción: "¡San Antonio bendito, mándame un hombre!". Sucedió que en el hotel se declaró un incendio. En el preciso instante en que la señorita Himenia elevó su oración, ocho bomberos irrumpieron en su cuarto. Exclamó la señorita Himenia: "¡Caramba, San Antoñito, se te pasó la mano!". Y añadió en seguida con un suspiro de resignación: "Pero, en fin, ya que me pones en este trance ahora dame fuerzas"... La maestra le puso una prueba a Pepito: "Si tienes mil pesos, y pierdes 975 ¿cuánto te queda?". Pidió Pepito: "¿No podría ponerme un problema menos triste?"... Dos viejecitos conversaban en su banca de la plaza. Le preguntó uno al otro: "¿Qué le parecen estos tiempos, señor don Gerontino? La píldora, la minifalda, la liberación femenina, las muchachas viviendo solas. No cabe duda: llegó la revolución sexual". Contestó don Gerontino: "No me parece mal. Lo que siento es que la revolución sexual haya llegado cuando a mí ya se me acabó el parque"... En el retiro devocional para señoras el Padre Arsilio le preguntó a doña Panoplia de Altopedo, mujer de buena sociedad: "A dónde quiere usted ir: ¿al Cielo o al Infierno?". (Nota: escribo "Infierno" con inicial mayúscula por la imparcialidad que debe presidir mi oficio periodístico). Respondió ella: "El Cielo debe ser agradable, por su clima, pero estoy segura de que en el Infierno encontraré una mejor sociedad"... Un pequeño señor entró en el consultorio del doctor Duerf, siquiatra. Iba vestido de Napoleón Bonaparte; llevaba la mano en el pecho y erguía con altivez su mínima estatura. "¿Viene usted a que lo trate?"  -le preguntó el analista. "No, doctor -responde el tipo-. Soy Napoleón Bonaparte, servidor de usted, y estoy perfectamente bien. La que me preocupa es mi esposa, Josefina. Insiste en decir que es la señora de González"... Un gerente de oficina tuvo necesidad de dictar una carta en su casa, y le pidió a su esposa, que trabajaba como secretaria, que le tomara el dictado. "¡Oye! -protestó ella-. ¿No crees que ya tengo bastante de eso en la oficina?". El marido se resignó, y ya no dijo nada. Fue a la sala, se preparó un jaibol y se puso a ver la tele. La señora pensó entonces que había cometido un error al  negarle ese pequeño servicio, y quiso contentarlo. Fue hacia él y se le sentó en las rodillas. Mimosa, le acarició el cabello; le dio besitos en las mejillas, los labios y el cuello, y lo llenó de incitantes caricias. Entonces él le dijo: "¡Oye! ¿No crees que ya tengo bastante de eso en la oficina?"... Dos policías se presentaron en el departamento de Solicia Sinpitier, otra madura célibe. Le dijeron: "Esperamos haber llegado a tiempo, señorita. Un peligroso violador escapó de la cárcel, y tenemos informes en el sentido de que entró en su casa". Respondió la señorita Sinpitier: "Vengan mañana . Ahorita se está dando un regaderazo, y luego vamos a cenar y a meternos en la cama"... La chica en evidente estado de embarazo le preguntó al empleado de la tienda de departamentos: "Perdone, joven: ¿tienen tarjetas para el Día del Padre marcadas 'A quien corresponda?'". El señor y la señora llegaron del cine y sorprendieron a su hija haciendo ciertas cosas con su novio en el sillón de la sala. "¿Qué es esto, Pirulina?'' -preguntó indignada la señora. "Ay, mami -respondió ella con un gesto de impaciencia-. Tuviste cuatro hijos. A fuerza sabes qué es''... Un oriental que apenas estaba aprendiendo a hablar español le contó a un amigo mexicano: "El pasado domingo tuve una erección". "¿De veras?" -preguntó el otro-. Y ¿qué hiciste?". Responde el oriental: "Voté". Cebilio Cetácez era hombre de elevada estatura, y tremendamente gordo. El médico le impuso una dieta draconiana que en tres meses le quitó más de 85 kilos. Surgió un problema, sin embargo: la piel le quedó toda colgante. Cebilio parecía violín en funda de tololoche. El doctor recurrió a un expediente radical: le levantó el pellejo por arriba de la cabeza, y cortó lo que sobraba. Unos días después Cetácez fue a una fiesta. Le dijo una chica: "Celebro que hayas salido bien de la operación, pero te quedó un granito muy raro en la nariz''. Respondió, mohíno, Cetácez: "El granito que dices es mi ombligo. Y eso no es nada: échale un segundo vistazo a mi corbata''. (No le entendí). FIN.