jueves, 19 de junio de 2014

junio 19, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 19-VI-14

Michoacán es el ejemplo perfecto para ilustrar que la única forma de desmantelar el poder del narco es ir capa por capa, como en la cebolla.

La primera es la que más se ve y, pese a la violencia que implica, la más sencilla de quitar: la de los sicarios y capos armados. Sobran ejemplos de personajes de ese nivel detenidos. Si se queda ahí el combate, poco afecta a los cárteles, que se regeneran.

Luego viene la de las complicidades directas con los comandantes municipales. También hemos visto caer a muchos policías, ex policías, militares y ex militares cómplices del narco.


Sigue la capa de la red de protección y asociación con el poder político. Hemos tenido casos de políticos implicados con los narcos, el más destacado el ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva, preso en Estados Unidos.


Un primer intento de combatir no sólo a individuos sino a una estructura de narcopoder ocurrió también en Michoacán en el sexenio pasado, pero entre la contaminación política, la ineptitud ministerial y la complicidad judicial, se derrumbó estrepitosamente. Fue el “michoacanazo”, en el que 38 políticos fueron acusados de trabajar para La Familia Michoacana pero 37 quedaron libres y exonerados.

La estrategia del gobierno actual en Michoacán, apoyada inicialmente en las autodefensas de Tierra Caliente, atacó las primeras dos capas. Vimos a capos importantes detenidos o muertos, en operativos de las fuerzas federales.

Pronto la captura de los líderes de Los Caballeros Templarios comenzó a revelar la existencia de la siguiente capa de la cebolla, con videos, fotografías y audios de alcaldes y funcionarios municipales y estatales en reuniones con uno de los principales líderes del cártel regional.

Llegó hasta el secretario de Gobierno y ex gobernador interino, Jesús Reyna, detenido y en proceso judicial, y poco después el gobierno obtuvo evidencias de que la complicidad llegaba a la familia del actual mandatario estatal, con un audio e imágenes del hijo de Fausto Vallejo, Rodrigo, reunido con Servando Gómez, La Tuta, adelantados en este espacio (ver en esta columna “Los Hijos de Fausto”, del jueves 10 de abril, y “El hijo de Fausto en video con La Tuta”, del jueves 5 de junio de este año).

Las imágenes de Rodrigo Vallejo, apodado El Gerber, con La Tuta, son auténticas, según me confirmaron funcionarios federales y su circulación coincidió con la nueva ausencia del gobernador por motivos de salud. El vacío era inocultable. Nunca gobernó bien a bien, primero porque tenía al narco metido en los despachos de su gobierno y hasta en su familia, luego por su enfermedad y al final porque el gobierno federal le quitó el poder real. Su separación del cargo era inevitable.

El poder de Los Caballeros Templarios estaba asentado en el Palacio de Gobierno. Es la tercera capa, cuyo desmantelamiento prácticamente ya ocurrió, pero aún debe procesarse a muchos involucrados y concluir con transparencia la investigación que involucra a Vallejo, su familia y su gobierno. Con la renuncia no basta.

Y falta la capa de la cebolla que casi nunca hemos visto caer: la de las redes financieras que permiten mover, poner a salvo y disponer de los miles de millones de dólares que produce el negocio.