sábado, 3 de mayo de 2014

mayo 03, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Don Pitorro era un viejo rabo verde. A sus años seguía persiguiendo muchachas. Alguien le preguntó a su esposa si eso le molestaba. "No -contestó ella-. También los perros persiguen a las bicicletas, pero no pueden subirse a ellas". Leovigildo tenía un tío rico. Cuando el señor murió le dejó todos sus bienes. Entonces Leovigildo les envió un correo a sus amigos: "El 30 de abril mi tío y yo pasamos a mejor vida". El tímido galán le puso la mano en la rodilla de la chica, y ahí la tuvo largo rato. Finalmente ella le preguntó: "¿Qué no crees en el más allá?". Pepito le informó a Juanilito: "Voy a huir de mi casa". Opinó su amigo: "Tus papás te van a encontrar pronto". "La verdad -replicó Pepito-, no creo que vayan a buscarme". Aquel joven no se decidía a ser un boy scout completo. Dejaba a las ancianitas a la mitad de la calle. La suegra le contó a su yerno: "Estuve en una función de lucha libre". Preguntó el majadero: "¿Y ganó?". La señora le dijo a su marido: "Anoche soñé que me comprabas un vestido nuevo". Responde él: "A ver si hoy en la noche sueñas con el dinero para comprártelo". En la farmacia pidió un tipo: "Quiero diclorato salicílico fenopenefrítico". Le dice el farmacéutico: "Quiere usted decir aceite de mostaza". "Eso -dijo el tipo-. Nunca puedo recordar el nombrecito". Don Algón trabajó hasta tarde en la oficina, tanto que le dolió la cabeza. Le preguntó a su secretaria Rosibel: "¿Por casualidad trae usted una aspirina?". La linda muchacha buscó en su bolso y no encontró ninguna. Le dijo a don Algón: "En mi departamento tengo un frasco de aspirinas. Si quiere vamos; está muy cerca". Fueron, en efecto, y Rosibel le dio el medicamento. Cuando se le calmó el dolor le preguntó: "¿No quiere una copa?". La aceptó don Algón, y ambos bebieron una, y otra, y otra más. Una cosa condujo a la siguiente, y el ejecutivo y su linda secretaria terminaron en la cama. Un par de horas después él vio el reloj y se dio cuenta de que era ya muy tarde. Se vistió apresuradamente para ir a su casa. Antes de salir, sin embargo, le pidió a Rosibel un poco de talco, y se lo aplicó en las manos. Cuando llegó a su casa lo hizo con las manos por atrás. "¿Dónde andabas?" -le preguntó su esposa hecha una furia. "No puedo mentirte -contestó don Algón, apenado-. Fui al departamento de mi secretaria. Bebimos unas copas, y luego hicimos el amor. Por eso llego tarde". Mientras decía eso seguía con las manos a la espalda. Advirtió eso su esposa, y le ordenó, suspicaz: "A ver: enséñame las manos". Él se las mostró, y la mujer vio el talco que traía en ellas. "¡Eres un mentiroso! -le gritó-. ¡Otra vez te fuiste con tus amigotes al boliche!". La imagen es hermosa, y mueve a compasión. Está en la casa que en el corazón de Saltillo hizo erigir mi bisabuelo, casa que fue luego de mi abuelo, después de mi padre, y que es la sede ahora de Radio Concierto, la emisora cultural de mi familia. Es una pintura al óleo, mexicana, de principios del siglo XIX. Muestra el rostro de Jesús en el momento en que se encuentra con su madre en el camino del Calvario. Hay en él una mirada de ternura, de infinito amor. Contemplé ayer esa estampa de lejanos tiempos y, como siempre, sentí una emoción indefinida al verla. Luego fui en mi automóvil a atender la rutina cotidiana. De pronto vi venir lo que parecía una manifestación formada por centenares de hombres, mujeres, niños y aun algunos ancianos. Me llamó la atención, sin embargo, el silencio en que iban todos. No gritaban consignas, ni levantaban el puño, ni esgrimían banderas o pancartas. Llevaban sólo, al frente, una cruz tosca de madera. Supe después que eran migrantes -de Honduras casi todos- que en caravana, para protegerse los unos a los otros, venían caminando desde su país para llegar a la frontera norte y buscar en los Estados Unidos una vida mejor. En ellos vi a todos los pobres del mundo; en ellos miré todo el dolor humano, la desesperación esperanzada de quienes se ven forzados por la pobreza a dejar su tierra para buscar el pan en otra ajena. Pensé: "Ahí va Cristo". Y sentí una extraña vergüenza de mí mismo. FIN. (Milenio)