miércoles, 28 de mayo de 2014

mayo 28, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Éramos muchos y parió la abuela. Para contribuir a la confusión general reaparece el subcomandante Marcos, con caballo, pasamontañas, pipa y todo. Ya no es el mismo de antes. Mejor dicho: ya no es. Incluso los despistados que antes fueron sus embelesados adoradores -y adoradoras- encuentran difícil ahora seguir creyendo en él. Sus proclamas con humos literarios naufragaron en la cursilería. Sus egocéntricos desplantes no sirvieron sino para hacer más difícil aún la situación de aquellos a quienes con actitud paternalista de hombre blanco decía ayudar. Lo mejor que Marcos puede hacer ahora es desmarcarse, vale decir apartarse de los indígenas; dejar que cobren -que recobren- su personalidad y la dirección de sus asuntos; desaparecer, pero de veras; seguir viviendo sólo en el monito a caballito que los turistas compran. Es mejor acabar en mito que en mitote. La comadre Tetina, lo que sea de cada quien, estaba todavía en buenas carnes. El compadre Afrodisio, por su parte, era lascivo, concupiscente y lúbrico. Un día le dijo él: "Comadrita: usted me inspira ignívomo deseo. Cuando la miro vuelven a mí los rijos de la juventud, y un torrente encendido de pasión corre por mis venas, sobre todo por la mesentérica, la safena y la radial. Noche y día fantaseo con usted. Sueño en recorrer todo su cuerpo con mis manos, mis labios y mi lengua, aunque no sea necesariamente en ese orden, sin dejar que un solo centímetro de sus túrgidas morbideces y sus más íntimos encantos escape a mis caricias, mis besos y mis voraces tactos apicales. Si me transporta usted al culmen de la felicidad permitiéndome que haga eso pondré en sus manos, a modo de expresiva gratitud, la suma de 10 mil dólares en efectivo. No tome a mal mi oferta, se lo ruego, aunque parezca pragmática en extremo, y aun venal: entre los múltiples idiomas que los hombres hablan, el más comprensible es el del dinero. Todo mundo lo entiende". No dejó de sorprenderse la comadre por el súbito ofrecimiento de Afrodisio, aunque -mujer al fin- se había percatado ya de los impulsos de libídine que provocaba en su compadre. Las miradas traicionan, usted sabe. Quiso indignarse, o al menos fingir indignación, que más o menos viene a ser lo mismo, pero no pudo hacerlo: la verde visión de aquellos dólares le obnubiló la mente y le dejó igualmente obliterada la virtud. Pensó en lo que podía comprarse con aquel atractivo numerario: ropa, zapatos, accesorios, perfumes, bolsas, todo. Y aun le quedaría dinero para dar una limosna expiativa al santuario de la Virgen de San Juan que está cerca de McAllen, Texas. Con cautela le preguntó al compadre si aquellas caricias que deseaba serían prolegómeno de alguna acción penetrativa. Él lo negó: su erótico afán, dijo, no llegaba a tanto. Se conformaría sólo con besar y acariciar la superficie de su cuerpo. Ella sintió alivio: era mujer decente, formada en el Colegio de las Adoratrices, y no faltaría a la fe que al pie del ara había jurado a su marido. Aceptó, pues, la oferta de Afrodisio. Lo citó en su casa, una tarde en que sabía de cierto que su esposo estaría ausente, y después de tomarse una copa de coñac, para sedar los nervios, y de ofrecer dos o tres a su compadre, para que se inspirara más, se despojó expedidamente de la ropa y se tendió en el diván de la sala, pues en manera alguna quiso profanar el lecho conyugal. Afrodisio se aplicó cumplidamente a la tarea. Experto amador, recorrió con diestras manos y sapiente boca aquel ebúrneo cuerpo. Desde la punta del cabello hasta los pies no hubo sitio al que no hubiera llegado su apetito. Cuando alcanzó el último punto de su recorrido ella pensó que había terminado ya, y se lo dijo. Él exclamó con ansia: "¡Todavía me falta! ¡Todavía me falta!". Y así diciendo volvió a iniciar el lujurioso viaje. La comadre lo exhortó a detenerse, pues sintió temor de resbalar ella misma por la pendiente de la concupiscencia y pedirle que llegara más allá, pero él no se detuvo. Repitió con vehemencia: "¡Todavía me falta! ¡Todavía me falta!". Ella, sabedora de que el compadre ya había estado con el tacto o el gusto aun en las más escondidas partes de su cuerpo, le preguntó respirando agitadamente: "¿Qué le falta todavía, compadre? ¿Qué le falta?". Respondió él sin suspender su erótica tarea: "¡Todavía me falta conseguir los 10 mil dólares!".  FIN (Milenio)