domingo, 11 de mayo de 2014

mayo 11, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

“Me acabo de separar” -le contó un tipo al cantinero del pueblo. “Hiciste bien -le dijo el de la taberna-. Todo mundo sabe que tu mujer te ponía el cuerno. Ha pasado por toda la población masculina comprendida entre los 18 y los 65 años de edad, eso sin contar a numerosos visitantes. Yo mismo gocé de sus encantos”. Pidió con hosquedad el otro: “Dame la cuenta”. “¿Por qué te vas?” -inquirió, extrañado, el tabernero. Contestó, rencoroso, el individuo: “Porque no me dejaste terminar. Te iba a decir que me acabo de separar de mi socio”... Babalucas le comentó a un amigo: “Me gustaría tener un reloj que dijera la hora”. El otro se sorprendió: “¿Tu reloj no dice la hora?”. “No -respondió el badulaque-. Tienes que verle la carátula”... Himenia Camafría, madura señorita soltera, fue a una clínica a fin de que le practicaran un examen general de salud. El joven médico que la atendió le dijo: “Desvístase”. La señorita Himenia empezó a quitarse la ropa al tiempo que decía con un suspiro: “Todos los hombres son iguales. Nomás en eso piensan”... Don Chinguetas dejó olvidado su cepillo en el cuarto del hotel. Cuando regresó a buscarlo se dio cuenta de que la habitación había sido ocupada por una parejita. Desde la puerta oyó que el enfebrecido galán le preguntaba con amoroso anhelo a su dulcinea: “¿De quién son estos ojitos?”. “Tuyos, mi cielo”. “¿De quién es esta boquita?”. “Tuya, mi vida”. “¿De quién son estos pechitos?”. “Tuyos, mi ángel”. “¿De quién es esta cinturita?”. “Tuya, mi amor”. Dijo en voz alta don Chinguetas: “Cuando lleguen al cepillito, ése es mío”... Opina Afrodisio Pitongo: “La abstinencia sexual no es mala si se practica con moderación”... Cierta madrugada un coche atropelló a un peatón, y éste alcanzó a ver la placa del vehículo. La numeración se parecía a la del automóvil de Pirulina. Ella se defendió ante el juez: “Yo estuve toda la noche en la cama, su señoría. Y tengo ocho testigos para probarlo”... Don Añilio, septuagenario caballero, desposó a mujer joven. Días después se encontró con sus amigos, y éstos le preguntaron cómo le iba en su nuevo estado. “No muy bien -respondió con tristeza el valetudinario-. Inmediatamente después de la boda me di cuenta de que había perdido mis facultades”. “Lo suponíamos” -dijo uno de los amigos con sonrisa aviesa. “Sí -confirmó don Añilio-. Todas las noches despierto a mi mujer para pedirle que hagamos el amor. Ella se sorprende. Me dice: ‘¡Pero si ya me lo hiciste tres veces!’. Y dice la verdad, pero a mí se me olvida que se lo hice. Como les digo: he perdido mis facultades”... Hay quienes dicen que la amistad, la verdadera amistad, es cosa de hombres, y que a las mujeres les está vedado ese precioso don por la rivalidad natural que existe entre ellas. Alguien ha comparado el gesto de dos mujeres que se saludan con un beso en la mejilla al acto ritual en que los boxeadores chocan sus guantes antes de empezar la pelea. Yo desniego -así dice la gente del Potrero- esa aseveración sexista, y pienso que entre dos mujeres puede haber amistad verdadera, al menos por algunos minutos. Tal era el caso de Piti, Mini y Chala, tres amigas desde los tiempos infantiles. Piti y Mini eran ricas, como su nombre indica; Chala, en cambio, era pobre, tan pobre que traía dinero en su cartera. A pesar de eso había gran amistad entre ellas, como dije. Solían contarse todas sus cosas; compartían todos sus secretos. Sucedió que las tres se casaron por los mismos días. No entre ellas, claro -su amistad no llegaba a tanto-, sino cada una con su respectivo novio. Al regreso de la luna de miel se reunieron a tomar una copa -hace unos cuantos años habría escrito yo: “Se reunieron a merendar”-, e intercambiaron confidencias acerca de lo que en la noche nupcial habían hecho. Lo que hicieron las dos ricachonas fue muy similar. Relató Piti: “Mi marido llevó al viaje de bodas una botella de champaña, y estuvimos champañeando toda la noche”. Narró la segunda dinerosa: “Mi esposo llevó una botella de coñac, y toda la noche estuvimos coñaqueando”. Declaró la pobretona Chala: “Mi marido llevó unos sobrecitos de Kool-Aid, ¡y vieran qué a gusto nos la pasamos!”... FIN.(Milenio)