miércoles, 7 de mayo de 2014

mayo 07, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 7-V-14

En la primera fila del Teatro de la Ciudad de México, la cúpula perredista festeja su cumpleaños 25. Aparecen los líderes históricos, los jefes de las tribus, los gobernantes, los influyentes de casi unánime traje oscuro y corbata amarilla. La fotografía es brutal.

El partido que nació hace 25 años para combatir la corrupción priísta sienta en esas butacas de honor a René Bejarano, símbolo nacional de este delito.

El partido que surgió para unir a las fuerzas de izquierda, las exhibe cada vez más divididas, peleadas, fracturadas y hasta ya se les fue Andrés Manuel López Obrador. 


El partido que se propuso abrir una alternativa en política a los jóvenes, no tiene a ninguno relevante. El más joven de esa élite en fiesta es Miguel Ángel Mancera, tiene 48 años de edad ¡y ni perredista es! (Serrano 52, Flores 48, Barbosa 54, Cárdenas 80, Zambrano 60, Sánchez 53, Bejarano 57).

El partido que prometió luchar por la igualdad de las mujeres no sentó a ninguna en los mejores lugares. La más destacada fue Dolores Padierna, esposa de Bejarano.

El partido que decidió pelear por la democracia y hasta ponerla en su nombre ha hecho de sus elecciones internas un símbolo de fraude electoral, de “cochineros”.

El partido que quiso ponerle fin al corporativismo priísta se aprovecha ahora de sus gobiernos y sindicatos afines para coaccionar el voto.

El partido que enarboló la bandera de los pobres, hoy está aliado con el hombre más rico para defender sus intereses en la Ley de Telecomunicaciones.

El partido que se fundó defendiendo la libertad de expresión, ha justificado y solapado a sus figuras que lanzan los más insultantes ataques contra los periodistas que los critican.

El partido que juró no ser violento paga las fianzas de los anarquistas que destruyen lo que encuentran al paso de sus manifestaciones.

Sin duda el PRD fue central para quebrar la hegemonía asfixiante del PRI y con su tesón opositor contribuyó de manera decisiva a la apertura de espacios democráticos, a la separación de poderes y a la construcción de organismos ciudadanos sin los cuales no se puede entender el México de hoy .

También es verdad que su existencia es testimonio de una lucha que se canalizó por la vía política, evitando la ruptura institucional y la violencia.

Tampoco puede olvidarse que en la segunda mitad de los años noventa el PRD trajo consigo un cambio en el gobierno del DF —con programas sociales que hoy son nacionalmente implementados—, cuya mayoría de habitantes sigue dándoles el voto 17 años después.

Pero al llegar a su primer cuarto de siglo, es imposible hacer el balance del PRD sin observar que aun en su proyecto más exitoso, el del Distrito Federal, ha reproducido —a veces de manera insultante— las prácticas de corrupción, corporativismo, clientelismo y abuso que tanto criticó al PRI.

Y que en su afán de ganar la Presidencia de México no ha terminado de desechar su tendencia histórica al caudillismo, la sumisión acrítica al líder iluminado, ni la proclividad a la demagogia hueca y el despiadado conflicto interno por puestos y presupuestos.