viernes, 18 de abril de 2014

abril 18, 2014
Manú Dornbierer / Satiricosas

El 31 de marzo fue el aniversario número 100  del nacimiento de Octavio Paz (1914-1998), único mexicano receptor del Premio Nobel de Literatura. Un gran poeta pero  triste “politólogo”, que un día desenvainó su espada contra un sistema oligárquico e ingrato al que había servido, pero 20 años después terminó entregándosela de nuevo a cambio de muchos paseos en el yate de un tal Azcárraga, aquel que declaraba hacer “televisión para jodidos” y, claro a cambio también, de un premio universal deseado por todos los escritores, salvo por Jean-Paul Sartre (1905-1980), quien en 1964 no lo quiso aceptar y explicó: “Lo rechacé porque todo esto es del mundo del dinero y las relaciones con el dinero son siempre falsas”.


Los admiradores del poeta Octavio Paz terminamos llamándole Pazcárraga, ingenioso mote que plasmó Bambi, Ana Cecilia Treviño, la inolvidable creadora de la Sección B de Excélsior que, como dijo alguna vez Elena Poniatowska, “…por la sola fuerza de su inteligencia y de su voluntad le dio un sesgo cultural al darle más importancia a las exposiciones de arte, las conferencias, las entrevistas con personajes, que a las bodas, las presentaciones en sociedad, los cocteles y los showers (chubasco de regalos). Canjeó la feria de las vanidades, el escaparate en el que los políticos y los empresarios exhibían a sus hijas casaderas por una crónica de la cultura que ella amaba y practicaba, y no fue cosa fácil por la cantidad de intereses creados”.


En Posdata (1970) Octavio Paz no tuvo floridos pelos en la lengua y declaró: “En México no hay más dictadura que la del PRI y no hay más peligro de anarquía que el que provoca la antinatural prolongación de su monopolio político”.

Curiosamente Posdata es un título que no es mencionado en todas las listas de sus obras de las que echan mano en estos días sus adoradores. Pero creo que es el único en el que dijo lo que verdaderamente sentía. No necesitó ningún artilugio poético ni siquiera su mejor, a veces grandiosa prosa, para explicar con toda sencillez lo que todos veíamos y seguimos viendo (con la diferencia de que el PRIAN es peor).

Diversos personajes en estos días se han  referido a Octavio Paz con halagos sin fin debidos al citado Nobel que recibió. Y  quizás  a él se refería cuando ya del brazo de Televisa, contestó a los que lo criticaban: “Televisa me ha usado a mí como yo he usado a Televisa”. Ese premio poco equilibrado, que es mucho más amplio hacia la derecha que hacia a la izquierda.

Síntesis de Posdata
Posdata es un libro de ensayos que publicó en 1970 en México la editorial Siglo XXI. Había dejado su puesto de embajador de México en India que ejerció de 1963 al nefasto 1968. En la introducción al libro, Octavio Paz explica:

“Estas páginas desarrollan y amplían la conferencia que pronuncié en la Universidad de Texas, Austin, el 30 de octubre pasado (1969). Su tema es una reflexión sobre lo que ha ocurrido en México desde que escribí El Laberinto de la soledad y de ahí que haya llamado a este libro: Posdata”.

Es un libro de ensayos dividido en tres partes: Olimpiada y Tlatelolco. El desarrollo y otros espejismos. Crítica de la pirámide.

En Olimpiada y Tlatelolco desarrolla el autor un análisis sobre los sucesos ocurridos en la Plaza de las Tres Culturas en octubre de 1968 conocidos como: La matanza de Tlatelolco y que dieron lugar a la dimisión de Paz como embajador en India. En el ensayo, Paz, analiza, con su brillante estilo, la enorme disparidad entre las moderadas peticiones de los estudiantes y la ferocidad de la represión mexicana.

En el segundo ensayo hace un recorrido por la historia de México desde la destrucción de la dictadura de Porfirio Díaz, pasando por los sucesivos gobiernos del PRI (no es un partido ideológico sino de grupos e intereses), para terminar con una llamada a un esperanzado futuro: debemos concebir modelos de desarrollo viables y menos inhumanos, costosos e insensatos que los actuales.

En el tercero tras un repaso por el dualismo desarrollado/subdesarrollado, compara a México con una pirámide, con sus implacables jerarquías y, en lo alto, el jerarca y la plataforma del sacrificio.

Veinte años después, el autor de ese libro tajante y valiente, Posdata, como asentó, del famoso estudio del mexicano que es El Laberinto de la Soledad, Octavio Paz defendió a capa y espada el fraude electoral de 1988 cometido ese año por el PRI en favor de Carlos Salinas de Gortari, contra Cuauhtémoc Cárdenas. En suma,  apoyó como un Diego Fernández de Cevallos  cualquiera, a uno de los dos presidentes espurios,  sin vuelta de hoja, que  transformaron a México, sumiéndolo en el neoliberalismo, que hizo caer al país que con todo y todo tenía una muy digna calificación en la opinión pública mundial.

En su centenario, naturalmente, Octavio Paz es celebrado casi casi como la máxima gloria intelectual priísta y tampoco es justo. Pero  es curioso ver por una parte lo ya expresado aquí: La oscuridad  alrededor de Posdata y por la otra las actitudes diversas y muy elocuentes de los que han escrito y hablado sobre Paz.

Aunque seas priísta a morir y/o te choque cualquier resabio de lo a veces mal llamada “izquierda”, no te fíes, lector, de los que  elogiaron sin la menor crítica los ensayos políticos del Premio Nobel de Literatura (1990) y quieran hacer de ellos libros de su liturgia. Se dice que “La historia hará justicia”. Si eso  es cierto, ojalá lo sea, no importa el sistema político que se quiera apoderar del talento. Éste se abrirá paso sin  el pedestal que interesadamente le quieran ellos y  los funcionarios poner  bajo sus pies.

En la mesa de opinadores que Carmen Aristegui tiene los lunes se dio un breve episodio que ilustra lo dicho y me encantó. Estaba Sergio Aguayo, tocando todititos los violines para Octavio Paz, cuando le tocó el turno de opinar a Denise Dresser y lo que dijo cayó como cubetazo de saludable agua helada desde su primera frase, “Pues yo me quedo sólo con el poeta”. A su vez, Lorenzo Meyer completó con el recuerdo del apoyo indigno de Paz al espurio Carlos Salinas, sus regaños a Cuauhtémoc Cárdenas, al levantamiento zapatista y otras  posturas discordantes de la verdad y la  justicia, que no hemos olvidado los que vivimos el momento.

Lo bueno es que la obra poética de Octavio Paz no le debió jamás nada ni a Televisa ni a Salinas y quedó de pie, independiente e impoluta para deleite de los que la lean. Pero además no olvidemos Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, la gran escritora, que fue su  primera  esposa y madre de la hija de ambos, Helena Paz Garro, quien falleció, a los 74 años, la víspera del centenario de Octavio Paz, que celebró clamorosamente todo el priísmo, encabezado por Peña Nieto y Televisa.

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