sábado, 1 de marzo de 2014

marzo 01, 2014
RÍO DE JANEIRO / SAO PAULO, Brasil, 1 de marzo.— Los rolezinhos (paseítos) y las protestas contra la Copa del Mundo llegaron también al carnaval de Brasil. La fiesta más grande de este país no ha escapado a los temas más candentes que hay ahora en la sociedad brasileña. Algunos bloques de carnaval decidieron abordar temáticas políticas y sociales relacionadas con las problemáticas que aquejan a este país, aunque eso les haya costado ser descalificados oficialmente y no poder participar en el sambódromo. 

(clic a las imágenes de Folha de S.Paulo y O Globo)



Con un número histórico de bloques de calle para este carnaval en la historia de las ciudades de Río de Janeiro y Sao Paulo, la fiesta más grande en este país ha comenzado. Es la hora de los excesos porque luego serán días de guardar. La gente sale a las calles a bailar, cantar y divertirse con las tradicionales marchinas de los bloques de calle de carnaval. Cada barrio y colectivo organiza el suyo. Algunos participarán en los sambódromos de Río y Sao Paulo pero a otros eso no les importa.



Es el caso del bloque “Ocupa Carnaval”, en Río de Janeiro, compuesto en su mayoría por estudiantes y profesores que han participado en las protestas contra la Copa del Mundo en esta ciudad en días pasados.


A ritmo de batucada, samba y funk, y vestidos como indios del Amazonas, entonan marchas tradicionales a las que les han cambiado la letra y les han agregado sátira, crítica social y protesta.


Así han compuesto las marchas “Máscara Negra”, “Cachaça”, “Bola Preta” o “Alah-la-ô”, en las que critican el gasto excesivo en la realización del Mundial de futbol y la represión de la Policía Militar, que esta semana presentó los nuevos comandos que combatirán a los manifestantes en el Mundial.


La noche del miércoles se concentraron en la zona de Cinelandia y Lapa de esta ciudad y realizaron proyecciones en los emblemáticos arcos del centro de Río, cercados por cientos de policías militares.


“El carnaval es el más bello jeito del pueblo. Los carioca ocupamos las calles con confeti, estandartes, serpentina y tambores mostrando que Río es nuestro. Salimos a gritar que no estamos de acuerdo con que se transforme la ciudad en un gran negocio, donde el lucro prevalece sobre la vida, donde el dinero es más libre que las personas”, dice Tarcisio Motta, profesor de historia de la Universidad de Río.


En el barrio de Vila Madalena, al oeste de Sao Paulo, un colectivo de defensores de derechos humanos ha construido un lugar en el cual agrupan esfuerzos para combatir el racismo que aún anida en la sociedad brasileña. Se hacen llamar Feira Preta. No todos son negros. Hay mestizos y muchos blancos. La discriminación y el racismo dicen, no sólo se da por el color de la piel; se padece, aseguran, por la economía, los accesos a trabajos, la diferencia de salarios y hasta por el lugar donde la gente puede vivir ante la inflación económica que padece este país, de casi 6%.


Cuando presentaron su tema —Rolezinho das Criolas— a la Prefectura de Sao Paulo, de inmediato vino la negativa. Tampoco consiguieron apoyo de cerveceras u otras empresas. Con ese tema, el colectivo busca poner en la mesa de discusión los “rolezinhos”, esos paseos que en últimas fechas han cobrado fuerza en las grandes ciudades brasileñas, en donde jóvenes de clases marginadas y pobres se agrupan para ir a pasear a un centro comercial y provocar tumultos.


El colectivo no consiguió ni siquiera los permisos para desfilar por Vila Madalena, la misma institución en Sao Paulo encargada de combatir la discriminación y el racismo. “La comunidad de Vila Madalena a última hora rechazó el tema y comenzamos a hacerlo de forma independiente. Tuvimos que hacer todo en una semana, por las redes sociales y con nuestros recursos y ayuda de la gente”, asegura Adriana Barbosa, una de las organizadores del bloque y parte del colectivo.


Así que sin dinero ni permisos ellos han salido a dar su rolezinho por Vila Madalena. Al frente va el estandarte del bloque y unas bailarinas con un look de los años 80; también marcha una banda de samba y los cantores, luego las decenas de personas que se unieron a la invitación por Facebook y quienes se les unieron al verlos pasar por las calles.



Locura y carnaval

La locura no es estigma en carnaval. Y mucho menos para el de Rio de Janeiro, uno de los más delirantes del mundo. Más bien al contrario, perder la compostura y vulnerar todo lo establecido se convierte casi en una obligación que redefine las fronteras entre cuerdos y trastornados, si es que existen, en una de las fiestas más bestias del mundo. Todo es posible durante estos días, incluso un multitudinario desfile en un centro psiquiátrico en el que locos y cuerdos se ponen al mismo nivel para estar igual de chiflados al mismo tiempo y romper todas las distancias que el día a día impone entre esas dos condiciones mentales.


El centro psiquiátrico Nise da Silveira se encuentra en la Zona Norte de Rio, lejos de los conocidos tópicos turísticos de la Cidade Maravilhosa, olla hirviendo de calor atizada por kilómetros de cemento ya alejados de la brisa marina que relaja el tórrido verano carioca. Llegar hasta allí significa alejarse de la aparentemente desarrollada y pomposa a veces ciudad brasileña, de los lujos y también de las bellezas naturales. Para llegar hasta allí desde la Rio más brillante hay que luchar como un bárbaro contra codazos y empujones por un asiento en un tren que está muy lejos de ser un servicio público a la altura de una ciudad que presume -aunque cada vez menos- de ser sede del inminente Mundial y los Juegos de 2016.


Pero también allí, en el otro Rio de Janeiro, suceden pequeños milagros cotidianos gracias a un buen puñado de buenas intenciones. Haciendo honor a la mujer que dio nombre al recinto, trabajan durante todo el año psiquiatras, pacientes e invitados para esa ruptura de barreras entre el interno y el ciudadano, entre el normal y el trastornado.


Proyectos culturales, estímulo de la creatividad y libertad de movimientos, tanto la entrada de visitantes como la salida de los pacientes, ponen en práctica la conocida como revolución psiquiátrica de Brasil, propiciada por la susodicha Nise da Silveira, alumna de Carl Jung que luchó contra la agresividad de los tratamientos mentales de la época, especialmente a partir de 1944, año en que inauguró el centro en que nos ubicamos y que acabó adoptando su nombre. Sin ella, no sería posible la ley que establece en el país que los tratamientos psiquiátricos deben ser llevados a cabo en centros psicosociales abiertos y que pone rumbo al fin de los tradicionales manicomios.

'Todo el mundo se vuelve loco'

Mucha expectación, maquillaje y rienda suelta a la fantasía (curioso que esa palabra en portugués también signifique disfraz) preceden a la gran fiesta del centro psiquiátrico, donde médicos, psicólogos, pacientes y visitantes con curiosidad intercambian ropajes y pareceres. "Me gusta el carnaval y disfruto porque soy guapa y me encanta prepararme y que todos me echen fotos y me digan que soy guapa. No tengo que ensayar para bailar porque mi madre me enseñó de pequeña", expresa con alegría la pasista y paciente, radiante en su escueto vestido dorado de musa del carnaval.



"El carnaval disminuye la distancia porque todo el mundo se vuelve loco, es el contexto propicio para esa mezcla necesaria entre las personas, aunque nuestro carnaval dura todo el año porque lo preparamos durante meses", explica Ariadne Mendes, psiquiatra e ideóloga de este 'bloco' (como se conocen los desfiles callejeros del carnaval) que lleva ya 14 años saliendo a la calle. "Toda actividad expresiva, grupal y de nuevos conocimientos es por sí sola terapéutica.


Espacios donde se pueda compartir, manifestar y expresar cosas para aprender, ayudan en la terapia", agrega. Y culmina: "Tradicionalmente, la psiquiatría aísla a las personas del mundo y les quita la identidad, eliminando la creatividad y la ciudadanía. Aquí intentamos lo contrario, desarrollar esas potencialidades para que las personas se redescubran, ellas mismas y sus talentos, pierden aislamiento gracias a un trabajo completo de integración. No sólo se divierten, sino que trabajan y todo ello suma fuerzas para dar sentido a la vida, objetivo que la psiquiatría tradicional a veces obvia".


Tras horas de unos preparativos que en sí ya son una fiesta en el patio del centro psiquiátrico, la multitud de locos por el carnaval sale a las calles cantando 'marchinhas' cuyas letras hablan de esa propia locura sin tomársela a pecho, sino celebrándola en su temporada alta que es el carnaval. El recinto queda vacío y en la calle las diferencias mentales se difuminan cada vez más hasta que resulta difícil distinguir quién es qué, fundidos todos en un mismo trastorno, delirio de colores y descaro que es el carnaval de Rio, un carnaval de locos. (El Universal / El Mundo)