lunes, 17 de marzo de 2014

marzo 17, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Afrodisio Pitongo estuvo una semana en un club nudista. A su regreso un amigo le preguntó acerca de su experiencia. "Al principio fue muy difícil -relató Afrodisio-. El primer día estuve todo el tiempo levantado"... Se estaba celebrando un matrimonio. El oficiante le preguntó a la novia: "¿Toma usted por esposo a este hombre?". Respondió ella: "Si puedo escoger me gustaría más bien tomar a aquel morenito de bigote que está en la segunda fila"... La recién casada le dijo a su flamante maridito: "Y te prometo que tú serás quien lleve los pantalones en la casa. Claro, abajo del mandil"... Himenia Camafría, madura señorita soltera, le contó feliz a su amiguita Solicia Sinpitier: "Me compré un negligé transparente. Ahora lo único que me falta es encontrar un hombre que quiera ver a través de él". (Nota adicional: la señorita Himenia vio en la oficina de correos de Laredo el retrato de un joven delincuente por el cual se ofrecía una recompensa de 5 mil dólares, y ofreció 500 más que la policía)... "Hijita -le dijo la abuela a su nieta-, una chica decente jamás persigue a los hombres. ¿Acaso la trampa persigue a los ratones?"... Doña Pasita le puso a su esposo don Languidio un clavel en la oreja y lo llevó, sin ropa, al concurso de arreglos florales. Ganó el primer premio en naturaleza muerta... Ciudad amable es Mérida, ciudad amabilísima. Cuando me porto bien Diosito bueno encuentra algún pretexto para mandarme allá. El último que halló fue la excelente Feria Internacional de la Lectura que tiene Yucatán. Por principio de cuentas me gusta mucho el nombre. Las demás ferias son "del libro", y el libro es ciertamente un importante objeto, pero un objeto que no cobra vida más que cuando es leído. Sin la lectura el libro es sólo una cosa. (Y el hombre también). El caso es que fui a Mérida a presentar mi libro más reciente, La guerra de Dios, que mis amigos de Planeta, de Diana, mi queridísima casa editorial, han convertido en eso que recibe el ya consagrado nombre de bestseller. La gente abarrotó por centenares la vasta sala donde hice la presentación. Es de saberse que mis editores me ponen siempre a mí solo a presentar mis libros. Han de pensar como aquel vendedor de elotes que tenía en su bote un letrero que decía: "Elotes: 20 pesos". Los demás eloteros los vendían a 2, y le preguntaban entonces con asombro por qué él los daba a 20. Explicaba con laconismo el individuo: "Es que yo con un pendejo tengo". Igual han de pensar mis editores cuando hacen que yo solo presente mis obras. ¡Qué extraordinario público fue el de Mérida! Sentí su calidez, sentí su afecto, y no tengo palabras -yo, que soy tan palabrero- para expresar mi gratitud a los generosos yucatecos. Con ellos debí disculparme, pues no pude gozar el gozo de firmar los libros, de abrazar a los cuatro lectores que gracias al benemérito Diario de Yucatán tengo en la península, de tomarme con ellos una foto. Al terminar mi perorata hube de salir a escape con tiempo apenas para tomar el vuelo de regreso a casa. Aquí me disculpo nuevamente, aunque bien sé que muchas veces las disculpas resultan peores que las culpas. Tal fue el caso del cortesano que le dio al rey una nalgadita en el único lugar posible de la anatomía humana donde una nalgadita puede darse. El soberano, que estaba asomado a su balcón, se volvió hecho una furia al sentir tamaña falta de respeto a sus sacras y reales posaderas, y el cortesano, lleno de confusión, se disculpó: "Perdone Vuestra Majestad -dijo todo aturrullado-. Es que creí que era la reina". Envío pues, con mi disculpa y mi agradecimiento, un afectuoso saludo a mis cuatro lectores de Mérida, de Yucatán. Estar con ellos, lo dije ya, es una fiesta para mí... Libidiano, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le dijo a su guapa vecina Tetonia que le daría 10 mil pesos si lo dejaba acariciar y besar su munificente busto. Ella accedió, pues tenía muchas ganas de una limonada. Se aplicó él a la gratísima tarea, y mientras la llevaba a cabo decía una y otra vez: "¡Dios mío! ¡Dios mío!". Le preguntó Tetonia por qué pronunciaba esa jaculatoria. Libidiano completó: "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿De dónde voy  sacar los 10 mil pesos?"... FIN.