jueves, 27 de marzo de 2014

marzo 27, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

"¿Traes alguna protección?" -le preguntó Pirulina a Babalucas al comenzar el acto del amor. "Claro que sí -respondió el badulaque-. Siempre llevo conmigo mi pata de conejo"... "Maté un león" -dijo muy pálido en el campamento el cazador. Objetó su compañero: "Aquí no hay leones". Replicó el otro, sombrío: "Vi su credencial del club"... Don Verdino gustaba mucho de esa dulce pasta que es el cuerpo de la mujer. A pesar de sus años -bastantes ya, por cierto- no había perdido su afición a las faldas. "Lifeless, faultless", dicen los ingleses. Sólo el que no tiene vida no tiene defectos. El suyo era el que dije: tenía proclividad a la lujuria, la libídine, la lubricidad. No pretendo justificar su inclinación; lejos de mí tan temeraria idea. Pero diré en su abono que se había mantenido célibe, de modo que con sus devaneos no faltaba a la fe matrimonial. Por otra parte, y sin caer en moralina, pienso que los pecados de la carne son menos graves que los del espíritu. Aquéllos -lujuria, gula- son tan débiles que de ellos deshace la edad , diría Manrique, esto es, desaparecen con el tiempo. Los pecados del espíritu, en cambio, -soberbia, envidia- se acendran y agrandan con los años; se vuelven más enconados y feroces. La carne, pobrecita, escarnecida y vilipendiada como ha sido por los hombres de religión, es un burrito que se cansa con las fatigas y quebrantos de la vida. El espíritu, al contrario, es un tirano fatuo y riguroso que nos domina, y si dejamos que en su arrogancia se desequilibre nos lleva a causar daño a nuestra parte corporal, tan digna y tan sagrada como nuestra dimensión espiritual. Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Don Verdino era dueño de la única zapatería que había en aquel pequeño pueblo. Se especializaba, claro, en calzado para dama. Ponía en el escaparate de su tienda los mejores pares de zapatos de mujer, los más lucidores y atractivos, pues usaba su mercancía como cebo para atraer a las rancheritas que iban los sábados por la tarde al pueblo a hacer sus compras. Con esa trampa, como escribió el Nigromante en su soneto, más de una presa había cogido. Les ofrecía en obsequio los zapatos a cambio de un deleitoso rato en la salita que tenía dispuesta para el caso en el mezzanine de su tienda. Generalmente su salaz ofrecimiento era rechazado por las garridas mozas. Con frecuencia don Verdino recibía como respuesta a su proposición una mirada despectiva y la expresión "¡Viejo cochino!". Otras veces, en cambio, se salía con la suya. Tal fue el caso de Eglogia, zagala campesina. Días después de que sucedió lo sucedido la linda muchacha le contó a su amiga Bucolia: "Fui al pueblo, y me gustó un par de zapatos de charol, rojos, con tacón aguja, que tenía en su tienda don Verdino. Me dijo que me los regalaría si iba con él al mezzanine". Preguntó Bucolia: "¿Qué es mezzanine?". Respondió Eglogia: "Pos es algo así como un tapanco". Y prosiguió su relato: "Luego me ofreció un cocktail". Bucolia preguntó: "¿Qué es un cocktail?". Explicó Eglogia: "Pos es algo así como un chínguere con soda negra". Y continuó: "En seguida me pidió que me acostara en la chaise longue". Quiso saber Bucolia: "¿Qué es chaise longue?". Dijo Eglogia: "Pos es algo así como un sillón grandote; haz de cuenta una cama, pero sin cobijas". "¿Y luego? ¿Y luego?" -la apremió Bucolia, para quien el relato había llegado ya a la parte más interesante. "Luego -narró Eglogia-, me pidió que le tocara el pene". Llena de curiosidad inquirió Bucolia; "¿Qué es pene?". Respondió Eglogia con desdén: "Pos es algo así así como la pija de los muchachos, nomás que chiquitilla y blanduzca"... Me entristeció la suerte de mi amigo Malfario. Su mala fortuna lo puso en la necesidad de hipotecar su casa, vender su coche y empeñar las joyas que su esposa recibió en herencia de su madre. Pidió además un préstamo en el banco, que le fue negado cuando el gerente supo la enorme cantidad de dinero que solicitaba. Y sin embargo mi amigo era buen administrador de sus caudales, cuidadoso de su dinero y ahorrador. ¿Por qué, entonces, se vio en tan terrible  extremo de necesidad? ¿Por qué tuvo que empeñar las joyas que su esposa recibió en herencia de su madre, y vender su coche, e hipotecar su casa? Explicaré la causa: organizó con sus amigos una carne asada, y a él le tocó llevar los limones... FIN.(Milenio)