martes, 14 de enero de 2014

enero 14, 2014
Gilberto Avilez Tax

Para diciembre pasado, a inicios de la feria anual del pueblo de Peto, me topé con el cronista de esa Villa, mi amigo Arturo Rodríguez Sabido. Arturo es, podría decir, la persona más inquieta e inquietante de ese pueblo. Ha escrito una pequeña historia matria de su solar; ha participado, como todo Sabido que se precie de serlo, en la política pueblerina; y de vez en vez saca de su alforja de cronista, ideas que dan directo a las cuestiones prácticas. En vez de teorizar y enfrascarse en disquisiciones bizantinas como hacemos muchos, Rodríguez Sabido capta y diagnostica el malestar social, señala y da una solución.

En esa charla que pasamos más de una hora hablando de, entre otras, de historia pueblerina y problemas pueblerinos, Arturo me comentaba su preocupación por el declive de la migración en su pueblo:

“A más de 30 años, la migración ha dejado de ser la válvula de escape, los migrantes no quieren saber nada de su pueblo, parece que un resentimiento los corroe, y tienen razón, aquí no encontraron ninguna oportunidad”.

De igual modo, me decía que un síntoma del estancamiento laboral, es esa muchedumbre de “obreros del pedal” que, y esta palabra es mía, a diario infestan las calles empolvadas de aquel pueblo. Arturo me decía, también, que en vez de crear fuentes de empleo seguros y a largo plazo, el actual gobierno municipal, así como los anteriores gobiernos municipales (de indistinto partido) se han abocado solamente a crear obritas que no van a la raíz de los problemas. Y para Arturo Rodríguez Sabido, la raíz de los problemas es laboral, la epidémica falta de empleo, o los empleos brutalmente mal pagados. El cronista es de la idea de que un parador turístico en un lote aledaño a la carretera federal Mérida-Chetumal, donde los productos de la región se oferten, podría revertir el marasmo económico que ya se resiente en esta apartada villa sureña del estado. ¿Es así? Tal vez.

Estas ideas, el cronista acaba de externarlo en una pequeña nota de prensa, donde, entre otras cosas, decía respecto a algunas obras que se jacta el actual gobierno municipal priísta de haber realizado, que éstas “no dejan de ser importantes pero es intrascendente porque hay rezago” (“Peto como una bomba de tiempo. Cronista: en vez de obras deben generar empleos”. Diario de Yucatán, 13 de enero de 2014).


En el índice de marginación socioeconómica de 2010, el municipio de Peto fue catalogado como de marginación “media”, pero esa apreciación de gabinete desdice que buena parte de esta población se encuentra en los umbrales donde la pobreza –entendida ésta en todas sus vertientes: económica, educativa, incluso hasta política- es dueña y señora, donde la voluntad se atrofia y la violencia social se encierra en la tristeza que produce la marginación de las mayorías descalzas, abúlicas hasta para defender el poco derecho que saben que tienen.

En efecto, cuestiono, ¿cómo puede tener cabida en la mente de sus gobernantes municipales, que en un municipio como Peto, con altos índices de marginación social y pobreza alimentaria, la cultura esté por encima de cuestiones más relevantes, como la creación de fuentes de empleo? Pregunto, ¿cómo puede tener cabida en los estúpidos cerebros de sus gobernantes municipales, la idea de que los problemas sociales de un municipio se solucionan con domos de canchas para fiestas y bailes, con teatros que se crean juntando bloques en una parte alejada del centro de la población, y con “Casas de la Cultura” para un buen grueso de la población que no está para exquisiteces de cultura profesoral –la cultura, para ese segmento, arguyo que se restringe a bailes infantiles y otras deturpaciones- cuando apenas puede balbucear y apenas puede llevar algo de comer a la boca? La estupidez no se crea ni se destruye, sólo se cuenta en acciones realizadas por la actual administración municipal que le apuesta mucho a la “cultura”. Si al menos le hubieran seguido apostando a la entrega de sus pollitos, varios gallos de doble pechuga les cantarían, y los muertos de Tixhualatún no se les aparecerían en sus mítines.

Pero regresemos a los comentarios del cronista. Puedo decir, que más de acuerdo no puedo estar con algunas de sus ideas. La que fuera “válvula” económica, la migración al mítico “California”, ha pasado a tiempos prehistóricos, y en vez de haber una “desruralización” como producto de una modernidad que nunca llegó, esa Villa de Peto ha pasado por un proceso galopante de ruralización donde el campo y sus milperos han modificado algunas pautas culturales como producto de la historia de tres décadas migracionista del pueblo.

Me explico con un poco de historia matria: una vez devastado el poco ejido reactivado cuando “la época del chicle” finalizó en Peto alrededor de la década de 1960-1970, Peto se vio envuelto en una ola de desruralización y ruralización al mismo tiempo: los campesinos de sus pueblos comenzaron a dejar sus viejos pueblos para asentarse en la Villa. Como producto de la devastación ecológica de la tierra (devastación ecológica, apunto aquí, fraguado con los innumerables químicos que han drenado el suelo de por estos rumbos sureños desde hace más de 40 años, devastación paternalista al milpero en donde, si no le "ayudas", no trabaja su tierra porque necesita químicos para su milpa), y en lo mero bueno del “boom migracionista” internacional, los viejos campesinos de los pueblos y de la Villa, acabado el acorde chiclero e impedidos de sembrar milpas en el trecho que va de Peto a José María Morelos como sus abuelos lo hacían en la década de 1950, vieron en ese boom migracionista una tabla de salvación para sus economías solariegas. El boom migracionista internacional duró apenas 20 años, siendo los años de la década de 1990 su culmen principal (una buena tesis sobre este proceso, es la de Carlos Ojeda, Migración internacional y cambio social: el caso de Peto Yucatán, del año 1998), pues a partir del año 2001 a la fecha, las restricciones en la frontera norte modificaron de forma drástica la ida y la vuelta de los migrantes petuleños: algo del polvo y del concreto cuando cayeron las Torres Gemelas, se sintieron en esta “lejana Villa” que fue testigo de la modificación de aquella “subida” y “bajada” anual a “California”.

Otra vez, la historia dependentista de un pueblo acostumbrado a migrar, se repetía: si en lo mejor del boom chiclero, los petuleños se habían acostumbrado al dinero fácil producido a base de la “subida a la Montaña” chiclera, con el fin de la época del chicle (el natural que fue cambiado por el chicle sintético), el pueblo había entrado a un proceso de resaca económica y sus viejos campesinos habían reactivado nuevamente un ejido que antes fue “de membrete”. A partir de 1980, la migración a Estados Unidos fue un segundo acorde dependentista que duró menos de lo que había durado la época del chicle: a partir de la primera década de siglo XXI, los migrantes no vuelven como antes, dirá el cronista, algunos rompen con el pueblo de origen y mejor se dedican a otras cosas que no les lleve más tiempo y dinero.


En el “boom migracionista internacional”, he señalado, entre la gente de por estos rumbos, no acostumbrada a caminar, se generó una fuente de empleo muy poco estudiada, una fuente de empleo que nos recuerda a los tamemes indígenas: los tricicleteros. Estos tricicleteros son los viejos milperos que antes fueron chicleros y no migraron hacia otros puntos como el estado de Quintana Roo (luego hablo de esta migración). Las “señitos” que recogían la remesa del Gabacho del marido o del hijo, solventaron y soliviantaron esa fuente de empleo. Y esto generó una concentración de la “ruralidad” petuleña, es decir, los viejos campesinos de los pueblitos a la redonda comenzaron a llegar a vivir en la Villa. Aquí estoy escribiendo por deducciones, se necesita un estudio de campo más a fondo, pero tal vez a partir de la entrada del Procede a los ejidos de los pueblos posterior a 1992, varios de estos campesinos parcelaron y vendieron sus tierras a notables petuleños o a sus vecinos, y decidieron pasar a vivir a la cabecera (cfr. mi artículo Historia agraria reciente de los pueblos de Peto). Pueblos como Macmay y ejidos de la parte sur del municipio de Peto, han sido abandonados por sus habitantes. Esta migración interna todavía no ha sido estudiada, caso contrario de la migración internacional. Y es una lástima, porque estas migraciones son ejemplos, a escala local, a escala microhistórica, de eso que se dice del “campo a la ciudad” (salvo que aquí, la Villa de Peto nunca fue ni será ciudad). Esta ruralización sui generis disparó la concentración poblacional en esta Villa, y varias comisarías fueron abandonadas, pero no totalmente abandonadas. Estos tricicleteros regresan por las mañanas a ellas para hacer alguito de milpa, aunque de forma inefectiva debido a tanto cambio ecológico propiciado -es justo decirlo- por ellos y sus padres que aceptaron los químicos.

El declive de la migración internacional a California, es un hecho comprobado si uno camina por las calles del pueblo. Pero la comprobación más diáfana, se dio en esta última fiesta anual que se celebró en el pueblo: la mayoría de las placas de automóviles –algunos de estos automóviles, hasta de lujo- que circularon en el pueblo, eran oriundas, no de California, sino del estado de Quintana Roo. La migración de petuleños a ese estado vecino –ciudades de Chetumal y de la Zona Norte de Quintana Roo- es una migración distinta a la que se efectuó a Estados Unidos, porque en esta migración los petuleños llegaron para quedarse, y aunque anualmente “bajen” al pueblo, ese pueblo no es de sus hijos y nietos. Es un pueblo distante.