jueves, 12 de diciembre de 2013

diciembre 12, 2013
Historias de reportero | Carlos Loret de Mola Álvarez | 12-XII-13

JOHANNESBURGO, Sudáfrica.— Inicialmente no me permitieron entrar por ser reportero, pero me metí a la fila de quienes aguardaban para entrar a la capilla ardiente de Nelson Mandela.

En lo alto de Pretoria, la capital de Sudáfrica, se encuentra el fino palacio color tierra donde se asientan las oficinas del Poder Ejecutivo nacional. Union Buildings, como le llaman en una de las 12 lenguas oficiales.
Fila para ver el cadáver de Nelson Mandela el 12 de diciembre, en Pretoria. (South African Government Communication and Information System (GCIS)/Reuters)

En el centro de su explanada, decorada con escalinatas que irrumpen en pastos con flores perfectamente cuidadas, un cubo rectangular de siete metros de alto —mitad madera, mitad tela color blanco y hueso— que resguarda el féretro de Nelson Mandela, padre de esta patria.


La parte superior de su cadáver está expuesta bajo un cristal. Ojos cerrados, boca también, el pelo cenizo y rizado, rostro más pálido de lo habitual, el gesto está desprendido. Ya no explota esa sonrisa que derrumbaba a los más acérrimos opositores. Ya no está la mirada de la reconciliación. Ya se fue el espíritu. Quedan el puro cuerpo y la icónica camisa café, de manga larga y una caída, con motivos africanos en negro.

Descanse en paz Nelson Mandela. Son tres, cuatro, cinco segundos máximo, para verlo por última vez. El hombre luce impecable.

Seis días después, Sudáfrica empieza a derramar lágrimas. Desde el jueves eran cantos y bailes incesantes que festejaron sus 95 años de vida. Pero este miércoles, a la entrada de la capilla fúnebre, policías revisan los celulares para que nadie grabe una imagen; y a la salida reparten kleenex para quienes rompen en llanto y ofrecen sillas para los que sufren descompensación. La patria está en estado de choque porque su padre ha muerto.

Si faltaron multitudes afuera de su casa en Johannesburgo, si no se llenó el estadio Soccer City el día de su homenaje, si se veían huecos en la ruta de la procesión que lo llevó del hospital militar al palacio presidencial, la fila para entrar a la capilla fúnebre es de kilómetros de personas que vistas desde colina arriba parecen calladas serpentinas en cuadras y cuadras que rodean los Union Buildings.

Madiba estará ahí hasta el viernes. Su pueblo podrá regalarle una última mirada. Ojalá alcance el tiempo. El domingo lo enterrarán en la aldea que lo vio crecer, Qunu. Ahí, el más anciano de su familia seguirá la tradición africana y le revelará a su espíritu —al espíritu rebelde y generoso de Mandela— dónde exactamente lo van a enterrar. Dicen los ancestros que sólo sabiendo ese dato el espíritu podrá descansar en paz.

Ojalá Mandela no descanse. Su legado puede caerse a pedazos. Bien serviría una ayudadita desde arriba.

SACIAMORBOS

Bill Clinton y Fidel Castro se dieron la mano en un encuentro por casualidad al terminar una comida en la sede de la Naciones Unidas en Nueva York, en febrero de 2000. No hubo foto ni video. La Casa Blanca lo negó primero, pero después aceptó que sí ocurrió. Como entonces, ahora el Departamento de Estado resta importancia al saludo Obama-Raúl. Funge como fe de erratas a un dato de la columna de ayer.

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