domingo, 15 de diciembre de 2013

diciembre 15, 2013
Gilberto Avilez Tax

En su prólogo a su libro Yucatán insólito (Mérida, Maldonado editores, 2003), el polígrafo meridano, Roldán Peniche Barrera, ha asentado uno de los pocos axiomas para tratar de acercarnos a la psicología del yucateco (o, como prefiero designarme, el peninsular). Dice don Roldán:

“El yucateco –insaciable lector de periódicos y revistas- ha mostrado siempre un particular interés por las noticias insólitas”.

Lo insólito, palabra cara para el peninsular curioso obsedido en la búsqueda del dato anecdótico, es lo raro y desacostumbrado según el diccionario, lo fuera de las normas, de lo consuetudinario; lo insólito también son los hechos colindantes con lo fantástico. Si así como existe una literatura fantástica universal, en el particular mundo peninsular yucateco tal vez exista una literatura de lo insólito discernible en los cuentos, leyendas, rumores y rarezas narrativas que pueblan la geografía peninsular. Esta siguiente nota periodística -la cual apareció en el Diario del Sureste el 9 de junio de 1933 en la sección de notas sobre los pueblos- bien pudo entrar en el libro del polígrafo de marras, aunque sin duda formará parte del anecdotario de una historia pueblerina de cuyo nombre y cuyo autor omito recordarme. Y sin más preámbulos, va la foto:

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