martes, 10 de diciembre de 2013

diciembre 10, 2013
Historias de reportero | Carlos Loret de Mola Álvarez | 10-XII-13

JOHANNESBURGO, Sudáfrica.— En su portada de internet, el periódico The Times, influyente en este país, destacó la declaración de un aliado del padre de esta patria: “Mandela fue comunista”.

La nota tenía el tono de revelación y relataba que aunque por décadas se trató de ocultar, esa era la realidad del carismático ex presidente. Aquello se leía como pecado confesado.


Mandela fue comunista. Eso no es un pecado. Mandela no fue un hombre de familia: se casó tres veces y sus hijos siempre han dicho que no fue un buen papá. Mandela, agobiado por la represión del régimen del apartheid, optó unos años por el camino de la violencia, sus huestes mataron personas, él recibió entrenamiento guerrillero y hasta viajó al extranjero para comprar armas.


Eso no le resta un ápice de grandeza.

En la emoción de la muerte de un gigante, surge siempre la tentación mediática y política de convertirlo en santo, limarle las aristas y asustarse por sus decisiones controvertidas olvidando el contexto histórico.

Algo así está pasando con Nelson Mandela, cuya figura inconmensurable se pierde por momentos tras la imagen unidimensional de viejito bonachón que se le construye ahora.

La más común de las “correcciones” pretendidamente piadosas es la de inscribirlo en el pacifismo de Gandhi, como si su opción política por la lucha armada en los momentos más terribles de la opresión fuese hoy un pecado que le resta dignidad. Para quienes quieren a un Mandela descafeinado, su negativa a renunciar a la violencia durante la lucha contra el apartheid merece ser escondida bajo la alfombra.

Lo mismo ocurre con su filiación comunista. El Partido Comunista sudafricano fue su gran aliado y hoy algunos sectores de la ultraderecha lo denuncian como pecado mortal. Olvidan que en la cresta de la Guerra Fría el gobierno estadounidense prefería mirar a otra parte cuando se documentaban las atrocidades del régimen sudafricano.

Algunos llegan al absurdo de tacharlo de antisemita por su apoyo a la Organización para la Liberación de Palestina y a Yasser Arafat. Pasa lo mismo con sus vínculos, coincidencias y solidaridad con personajes como Muamar Gadafi o Fidel Castro.

¿Quisieran desde 2013 que el santo se hubiese solidarizado con la fallida intervención de Bahía de Cochinos o con la doctrina macartista?

Los historiadores que han desmontado los cuentos de las historias oficiales, donde todos los protagonistas son de bronce, demuestran que los héroes son personas, bastante comunes y no pocas veces corrientes, no exentos de pecados, pero que en un momento clave logran hacer un algo que los separa de los demás:

Mandela resistió 27 años en la cárcel y salió de ahí, vencedor, no para cobrar venganza, sino para tender una mano a quienes lo persiguieron. Sus aliados lo criticaron por eso. Le llamaron complaciente con la tiranía. Y también esa presión supo resistir.

El último de los grandes del siglo XX no debe ser falsamente canonizado, difuminado. La comprensión de su grandeza debe incluir toda la historia.

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