lunes, 18 de noviembre de 2013

noviembre 18, 2013
Juvenal González González / La Jornada Oriente

juvego2go@gmail.com


O aprendemos a vivir juntos como hermanos
o moriremos juntos como estúpidos. Martin Luther King

Hennig Mankell (Estocolmo, 1948) es un reconocido baluarte de la literatura contemporánea. Su obra se ha publicado en treinta y siete idiomas y ha merecido diversos galardones de prestigio mundial. No obstante, aun siendo sueco o tal vez por eso mismo, es firme candidato a engrosar la lista de los grandes escritores a quienes se les ha negado el Nobel.


Su vida y su obra, como la de (casi) todos los integrantes de dicha lista, resulta incómoda para el perfil de los jurados del Nobel, cuyas filias y fobias se extienden a lo largo del tiempo. Mankell, como todo sesentero que se respete, participó en los movimientos juveniles de aquella gloriosa década desde las filas del Partido Comunista de Suecia. Se cuenta entre los pocos que no han claudicado y sigue siendo activo luchador por el respeto a los derechos humanos, la justicia y la libertad.

Desde 1972, cuando realizó su primer viaje, Mankell se ha comprometido con las causas de los pueblos africanos. Actualmente comparte su residencia entre Estocolmo y Maputo, Mozambique, donde dirige el Teatro Nacional. En 2010 se embarcó en el Mavi Marmara, parte de la Flotilla de la Libertad, para llevar ayuda humanitaria a los palestinos en la Franja de Gaza, que fue asaltada por el Ejército de Israel matando una decena de solidarios. Más inri para no recibir el Nobel ni ser bienvenido en Hollywood.

Su popularidad mundial se debe, principalmente, a su serie de novelas policiacas cuyo protagonista, el inspector Kurt Wallander, se ha convertido un personaje de culto. A las diez novelas de la serie, que ya ha concluido por decisión del autor, se acaba de agregar, sorpresivamente, una más, Huesos en el jardín. Según aclara  el propio Mankell, no es propiamente un nuevo capítulo de la serie, sino más bien el rescate de uno intermedio que solo se había publicado en holandés. Es una novela corta (que aún no leo) pero con un atractivo adicional, a saber: un posfacio que explica los orígenes y desarrollo de la serie.

Narra que cuando planeaba una novela sobre la discriminación racial, decidió que tenía que ser una intriga policiaca “porque los actos racistas son actos delictivos”. Entonces necesitaba un investigador experto en delitos, un policía. Pero tendría que ser “un policía consciente de lo difícil que es ser un buen policía”. Porque: “Los delitos cambian igual que las sociedades. Para llevar a cabo su labor, el policía debe saber lo que ocurre en la sociedad de la que forma parte”.

Luego cuenta cómo surgió Kurt Wallander y decidió que sería “un hombre que evolucionara y cambiara, tanto mental como físicamente”. Y para hacerlo más “normal” resolvió hacerlo diabético, siendo ésta, una enfermedad común de nuestro tiempo. “Nadie se imagina a James Bond deteniéndose en plena calle mientras persigue a un malhechor para ponerse una inyección de insulina. Pero Wallander sí puede hacer algo así, lo que lo iguala a cualquier persona que padezca la misma enfermedad”.

Con esa convicción narrativa aborda la diversidad de temas que acosan y acongojan a las sociedades actuales: la discriminación racial, la migración, la violencia de género, la corrupción, la trata de personas y de órganos, la prostitución, el espionaje cibernético, et al.

Y en paralelo a la Serie Wallander tiene la llamada Serie Africana, donde aborda el ser y el tiempo de los pueblos y personas del Continente originario. En ellas se expresa con desgarrador realismo su conocimiento y compromiso de y con África negra.

Entre estas se encuentra el breve ensayo que da título a este artículo: Moriré, pero mi memoria sobrevivirá. Trata de la terrible epidemia de VIH que, no solo ha diezmado la población africana, sino que ha desmembrado millones de familias y resquebrajado el ya de por sí débil tejido social de aquellos países.

Narra la decisión de un grupo de mujeres y hombres enfermos de sida en Uganda, que decidieron prepararse para su muerte haciendo lo que ellos llamaron “libros de recuerdos” (memory books) “dedicados y dirigidos a sus hijos.

“Esos libros, esos pequeños cuadernos con fotografías pegadas en su páginas y textos escritos por personas que apenas dominan el alfabeto, podrían convertirse en los documentos más importantes de nuestro tiempo… quizá sirvan para contarles a las generaciones venideras la gran plaga que arrasó nuestro tiempo, que mató millones de personas y dejó huérfanos a millones de niños.

“¿Cómo cuenta un relato una persona que no sabe escribir y no puede transmitirlo oralmente? Entonces comprendí: todo mundo puede contar su historia”. Que sean analfabetos no significa que carezcan de dignidad, dice Mankell. “La dignidad humana es el escape de los pobres cuando comprenden que se encuentran oprimidos y sometidos a la pobreza”.

Esta breve historia encierra experiencias y enseñanzas que ni de lejos contienen los discursos oficiales. Ni las resoluciones y recomendaciones de los organismos internacionales. Todo eso importa muy poco mientras no exista una verdadera conciencia del significado profundo del respeto a la persona humana y sus derechos, por encima de su color, sexo, edad, creencias, preferencias o condición social.

Por esos aportes Mankell es ya parte de la historia, con Nobel o sin él.

Cheiser: Los triunfos de los jóvenes futbolistas mexicanos, como los de los basquetbolistas niños triquis de Oaxaca y las niñas también basquetbolistas de Puebla, demuestran que la podredumbre está en las cúpulas de las federaciones deportivas y en las burocracias políticas que sólo aparecen para tomarse la foto y usurpar los esfuerzos de nuestros verdaderos héroes deportivos. Bola de oportunistas ojeis.