miércoles, 6 de noviembre de 2013

noviembre 06, 2013
ROMA, 7 de noviembre.- Todavía no hay hierba en la tierra suelta de la última tumba. Tierra fresca, cavada con picos y echada con pala al hoyo, de forma rápida. Han pasado por lo menos veinte años, algunos dicen treinta, que no se enterraba a nadie aquí.

Buscar nombres y fechas en las piedras de tumbas antiguas es difícil. Cuando un cementerio ha caído en desuso, aunque sigue estando consagrado y el capellán viene a bendecirlo el día de muertos, todo se hace rápidamente.

"Hemos descubierto la tumba secreta de Priebke en el cementerio de una cárcel, sin nombre y sin fecha"

La hierba crece silvestre en el pequeño cementerio, las pobres lápidas descoloridas, la madera de las cruces se curva, la antigua capilla en el centro del recinto blanco y cuadrado parece cerrada hace siglos. Y el único ciprés, alto y solitario, parece un reloj de sol que marcara sólo el tiempo pasado.


Pero hay un tiempo que no había pasado hasta llegar aquí. 

Erich Priebke

Porque éste es el misterioso lugar de la sepultura de Erich Priebke, capitán de las SS, ayudante de Kappler en la Masacre de las Fosas Ardeatinas, donde los alemanes ejecutaron a 335 prisioneros italianos en represalia por el atentado de la vía Rasella...

Es el cementerio de una cárcel, el único pedazo de tierra italiana donde la muerte de Priebke puede ser sólo muerte y no símbolo nazi. La prisión es sede de un entierro digno, como un país civilizado debe asegurar aun a su más terrible enemigo, y la prueba de un conflicto permanente e irreductible, porque la memoria no renuncia a juzgar sobre lo que pasó... (traducción del adelanto de La Repubblica, que publica el reportaje de Ezio Mauro en su edición impresa del jueves).

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