lunes, 1 de julio de 2013

julio 01, 2013
Carlos A. Sarabia Barrera

Como meridano, me preocupa cada vez más el nivel de desequilibrio mental al que han llegado, en sólo 300 días, el alcalde de Mérida y algunos de sus funcionarios. El fanatismo y odio están causando estragos cada vez mayores y muy graves.

Renán Barrera está “gobernando” sin sensibilidad política, casi como un tirano que no entiende la ley o, si la entiende, la desconoce olímpicamente. Su actuación es tan grave como la de un juez que dictase sentencia porque “así lo cree” y no porque lo que ordene la ley. 

Por los dislates del alcalde, en Mérida estamos perdiendo el estado de Derecho y la gobernanza. Y algo más peligroso: sus desplantes y trapacerías están corrompiendo a la sociedad e incitándola a delinquir. 


Las organizaciones empresariales que se prestaron a ser esquiroles en el enjuague de las luminarias son el mejor ejemplo de lo que digo. El señor Nicolás Madáhuar Boehm es otro que propicia la degradación que promueve Renán. Aún cuando los ediles priistas comprobaron que las luminarias fueron compradas con sobreprecio, el señor Madáhuar, ciego y sordo, declaró: “La Coparmex-Mérida no tiene un solo elemento para pensar que hubo engaño y manipulación. Fue un proceso transparente y sin precedente en el país”. 

Al señor Madáhuar no le preocupa que la empresa Amazonas haya puesto como domicilio fiscal un predio abandonado. Tampoco que el señor Pandiello, uno de sus compañeros esquiroles, sea representante en Yucatán de una de las empresas “ganadoras”. Juez y parte. Imagínense si todos los alcaldes del interior imitaran a don Renán. Menudo lío estallaría para el Congreso local. 

No, señor Madáhuar, desde mi punto de vista este ayuntamiento ha sobrepasado todos los límites. Como regidor que fui, creí haberlo visto todo en la administración de César. Pero no, ahora compruebo el peligro de que gobierne un fanático y radical envilecido como Renán Barrera. Está enfermo de odio y de venganza, y quiere a como dé lugar culpar a otros de su torpeza e ineficiencia para conducir la ciudad. 

Observando detenidamente sus acciones y declaraciones vemos que está paranoico. Al verse incapaz de gobernar, se ha enfermado de insania mental. Cierto, lo admito, el desequilibrio mental no es fácilmente identificable. Bastantes políticos muestran comportamiento irregular, producto de situaciones difíciles. Pero su desequilibrio se mantiene dentro de límites aceptables. Más aún cuando las palabras, acciones u omisiones las revisten de formalidad, se hace difícil identificar la demencia, que es el extremo. Y ese extremo ya lo vemos en Renán y en algunos de sus funcionarios (as). Les oímos exabruptos preocupantes y peligrosos. 

Los empleados de Desarrollo Social son testigos de los ataques de ira del señor Vitelli. Pero, ¿quién se anima a plantear públicamente la inestabilidad mental en alguien que tiene poder? Las apariciones públicas del presidente municipal han ido creando un clima de incertidumbre y zozobra entre los meridanos. No es invento mío. Se comenta en el Palacio Municipal. En sus conferencias de prensa emite opiniones a lo loco, se desdice frecuentemente de lo que dijo el día anterior, se le nota desubicado y perdido. Da muestras claras de padecer algún problema mental, emotivo o espiritual. Su mirada, sus ademanes, sus extrañas sonrisas, sus gestos de furia, sus descontroladas palabras y, sobre todo, sus claros actos de venganza y revanchismo personal así lo indican. La risa nerviosa, la diatriba y las respuestas fuera de lugar se mezclan continuamente en sus apariciones en radio y TV. 

Estas actitudes inquietan a propios y extraños, a tirios y troyanos, y comenzó, al menos en forma notoria, cuando fue a hacer propaganda a la empresa SANA en una colonia del sur de la ciudad. Pero mucho más preocupante es la forma en que don Renán se comporta en su insólito papel de promotor y defensor de cada uno de sus bisnes. Ya es tema en cantinas y cafés los continuos y ridículos shows que protagoniza, uno de los últimos es haber ordenado desarmar la placa de inauguración del paso a desnivel de la Glorieta de la México. Y ordenar también la propagación de rumores, para tomar la temperatura a los tamales, sobre rebautizar dicha glorieta con el grotesco nombre de “Mártires del 4 de julio”. Narrarles todas las excentricidades del primer edil meridano y de sus esbirros panistas, no es cómico, sino trágico. Y vale considerar también a las brutales e insensatas medidas que tomaron y siguen tomando los panistas de pacotilla para vengarse de cualquier empleado municipal que emita una opinión distinta a la suya omuestre recorrer un camino político distinto a los designios monopólicos que establece Acción Nacional donde gobierna. Y es que, estimados lectores, éste es el meollo del asunto: de seguir en manos del PAN, el futuro de nuestra Mérida es de pronóstico reservado, porque tenemos autoridades que oscilan entre el autismo total, el ridículo, el narcisismo y la diatriba airada contra sus opositores. Y si todo esto ya es de por sí preocupante, sumémosle el abandono total de los servicios públicos que, con toda seguridad, se profundizará dada la incapacidad de los que gobiernan. El resultado es que nuestra situación es de final incierto.

Preocupado por la degradación que percibo en el alcalde, que los partidos políticos ya deberían tomar en serio, platiqué con prestigiado siquiatra sobre la salud mental de don Renán. El profesional afirmó lo siguiente: “Una de las patologías más proclives a la teatralidad es la histeria, y la tendencia a hacerse víctima, echándole la culpa a los demás, sobre todo a los adversarios políticos. Otros rasgos son los trastornos narcisistas, creerse Divo, muy propio de don Renán; y un sentimiento desproporcionado de darse más importancia de la que se tiene. Además, la carencia de empatía, la soberbia, la envidia y la creencia de que se sufre la envidia de los demás. Y está también el fanatismo y la seguridad exorbitada de que se es perfecto”. 

Finalizó el especialista: “Podría diagnosticarse un cuadro más grave, como la bipolaridad”. Interesante, muy interesante. No es aventurado pensar que, en algún momento, alguien podría solicitar efectuarle un examen psiquiátrico al señor Renán Barrera. Los neopanistas incondicionales y fanáticos del Palacio, que ven fantasmas y brujas por todos lados, deberían contemplar esa posibilidad y poner sus barbas a remojar. Nada justifica su exagerado rencor contra los priistas. Más aún, su rencor es señal alarmante de confusión mental. Al dejarse llevar por los más bajos instintos del odio, confunden sus pasiones personales, muy viscerales, con los intereses de la ciudad y del pueblo. Un político popular y sensato jamás antepone sus fobias y filias personales, incluso egoístas e irracionales, al bienestar del pueblo. No es al PRI ni a los ediles priistas a quienes está perjudicando Renán Barrera, ni la pléyade de fanáticos incapaces que le siguen, sino a los meridanos. 

De los regidores priistas habría que decir que, les guste o no, defienden y representan legítimamente al pueblo meridano. Gobernar a base de fobias, odios, rencores y bajas pasiones no sólo no es popular, sino que no es humano, ni sensato, ni democrático, muchos menos ordenado y generoso. Es propio de gentuza con serios desequilibrios de personalidad.- 1 julio de 2013

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