viernes, 26 de julio de 2013

julio 26, 2013
RÍO DE JANEIRO, 26 de julio.- La Jornada Mundial de Juventud (JMJ) de Río de Janeiro vivió ayer uno de sus grandes momentos con el Vía Crucis que se celebró en el paseo marítimo de Copacabana frente a una de las playas más evocadoras del Planeta. Más de un millón de peregrinos llegados de todo el orbe católico participaron en esta ceremonia que recordaba el sufrimiento de Jesucristo manifestado en los grandes problemas que afrontan los jóvenes en la sociedad contemporánea.

En su discurso, Francisco dio ánimos a la juventud para que se atreva a soñar con un porvenir mejor, teniendo la seguridad de que Cristo está a su lado. «Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven egoísmo y corrupción», dijo, haciendo referencia a la ola de indignación contra las estructuras del poder que se ha desatado en los últimos años, haciendo temblar las calles y plazas de Madrid, Nueva York o Río de Janeiro, entre otras ciudades. La crítica de Francisco no sólo fue de puertas afuera. También lamentó que los jóvenes «hayan pedido su fe en la Iglesia, en incluso en Dios», debido a la «incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio».

Palabras de Francisco: Queridísimos jóvenes: Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de dolor y de amor, el camino de la Cruz, que es uno de los momentos fuertes de la Jornada Mundial de la Juventud. Al concluir el Año Santo de la Redención, el beato Juan Pablo II quiso confiarles a ustedes, jóvenes, la Cruz diciéndoles: “Llévenla por el mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad, y anuncien a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención” (Palabras al entregar la cruz del Año Santo a los jóvenes, 22 de abril de 1984: Insegnamenti VII,1 (1984), 1105). Desde entonces, la Cruz ha recorrido todos los continentes y ha atravesado los más variados mundos de la existencia humana, quedando como impregnada de las situaciones vitales de tantos jóvenes que la han visto y la han llevado. (clic a las fotos)

Como podía esperarse, el Obispo de Roma centró su alocución en la Cruz, símbolo del sufrimiento de Cristo y de los males que condenan a los jóvenes de hoy a la exclusión, víctimas de esa «cultura del descarte» a la que se ha referido ya en varias ocasiones en estos días de la JMJ. Comentó que al portar la Cruz sobre sus espaldas, Jesucristo «recorre nuestras calles para cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos». Con ella, se une al «silencio de las víctimas de la violencia, que no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos».

La Cruz simboliza a las «familias que se encuentran en dificultad, que lloran la pérdida de sus hijos o sufren al verlos víctimas de paraísos artificiales como la droga». También a quienes padecen el hambre en un mundo donde «cada día se tiran toneladas de alimentos» y a los que son «perseguidos por su religión», por sus ideas o sufren el racismo. En la Cruz de Cristo, culminó Francisco, está el «sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro», pero también el ánimo de que Dios «acoge todo con los brazos abiertos», carga con «nuestras cruces» y nos anima para seguir adelante cada día.

"Nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida".
"Esta tarde, acompañando al Señor, me gustaría que resonasen en sus corazones tres preguntas: ¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país? Y ¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes? Y, finalmente, ¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz?"

"1. Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para huir de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: “Señor, ¿adónde vas?”. La respuesta de Jesús fue: “Voy a Roma para ser crucificado de nuevo”. En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir en la Cruz. Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles para cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos."

"Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con ella, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, que lloran la trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los 242 jóvenes víctimas en el incendio de la ciudad de Santa María en el incendio de este año recemos por ellos. O que sufren al verlos víctimas de paraísos artificiales como la droga; con ella, Jesús se une a todas las personas que sufren hambre en un mundo que cada día tira toneladas de alimentos; con ella, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en ella, Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y la corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio".
"En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16)".

"2. Y así podemos responder a la segunda pregunta: ¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto, en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor indefectible de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos totalmente en Él (cf. Lumen fidei, 16). porque Él nunca defrauda a nadie."

"Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser instrumento de odio, de derrota, de muerte, en un signo de amor, de victoria y de vida. El primer nombre de Brasil fue precisamente “Terra de Santa Cruz”. La Cruz de Cristo fue plantada no sólo en la playa hace más de cinco siglos, sino también en la historia, en el corazón y en la vida del pueblo brasileño, y en muchos otros. A Cristo que sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros que comparte nuestro camino hasta el final. No hay en nuestra vida cruz, pequeña o grande, que el Señor no comparta con nosotros."

"3. Pero la Cruz nos invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto, y a salir de nosotros mismos para ir a su encuentro y tenderles la mano. Muchos rostros han acompañado a Jesús en su camino al Calvario: Pilato, el Cireneo, María, las mujeres… También nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no tiene la valentía de ir contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava las manos."

"Queridos amigos, la Cruz de Cristo nos enseña a ser como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura. Y tú, ¿como quién eres? ¿Como Pilato, como el Cireneo, como María? Jesús te está mirando ahora y te dice ¿Me quieres ayudar a llevar la cruz?. Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos, nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor. Que así sea."

Las 14 estaciones del Vía Crucis, ligadas a las preguntas existenciales que se hacen los jóvenes, se interpretaron de manera simultánea frente al escenario de Copacabana en cuyo podio central estaba sentado el Papa y en distintos puntos del paseo marítimo. Participaron en las representaciones más de 280 artistas provenientes de seis países diferentes, una pequeña muestra de la internacionalidad que se respiraba en el público. La iconografía de las distintas estaciones recordaba en algunos momentos a la Semana Santa española, pues Ulysses Cruz, director artístico de la representación, se inspiró en las procesiones del siglo XVI para retratar algunas de las grandes cuestiones que preocupan a los jóvenes, como las drogas, las enfermedades, las redes sociales, la fe, la defensa de la vida, la cárcel o el trabajo. Todas las estaciones estaban ambientadas en la antigua Jerusalén.

Francisco también trató de responder a algunos de estos temas durante su alocución. Tras preguntarse sobre lo que la Cruz dejaba para cada persona, contestó: «Un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor indefectible de Dios por nosotros». Ahondó en esta cuestión diciendo que este amor «entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos». En la Cruz está «todo el amor de Dios, su inmensa misericordia». De ese amor uno se puede fiar sin miedo, destacó, invitando a continuación a los jóvenes a que «confiaran totalmente en Jesús». Sea cual sea nuestro sufrimiento, nuestra carga, nuestra cruz, no resulta nunca demasiado pesada para que «el Señor no la comparta con nosotros». Francisco dijo estas palabras bien acompañado, pues en el palco levantado en Copacabana estaba acompañado por 1,500 personas, entre las que había un buen número de minusválidos.

Acabó Francisco su alocución hablando de amor. Dijo que la Cruz nos invita a «dejarnos contagiar por este amor» y nos enseña a mirar siempre al prójimo «con misericordia» y cariño, especialmente a los que sufren, tienen «necesidad de ayuda» o esperan «una palabra, un gesto» o que «salgamos de nosotros mismos» para acudir a su encuentro y tenderles la mano. Recordando las distintas personas que acompañan a Jesucristo durante su subida al Calvario (Pilato, el Cireneo, María, las mujeres...), el Pontífice invitó a los jóvenes a que reflexionaran sobre a quién estaban emulando ellos con sus propias vidas. «También nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no tiene valentía de ir contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava las manos». O se puede ser en cambio como «el Cireneo», que ayudó a Cristo a llevar la Cruz, o como María y las otras mujeres, que «no tienen miedo» de acompañarle hasta el final. «Y tú, ¿como quién eres?». (Darío Menor, enviado especial de La Razón España / aciprensa)

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