miércoles, 17 de julio de 2013

julio 17, 2013
Iván Petrella / La Nación / 17-VII-13

Egipto se desangra entre dos actores nocivos para el desarrollo de su democracia: los Hermanos Musulmanes y las fuerzas armadas. El gobierno de los Hermanos, liderado por Mohamed Morsi, pecó de autoritario y excluyente. Morsi se declaró presidente de "todos los egipcios," pero buscó concentrar el poder, limitó la libertad de expresión y el derecho de las minorías, amenazó y persiguió a quienes lo criticaban y resultó incompetente en lo económico. Ahora, los Hermanos siguen fomentando la división de la sociedad: han llamado a manifestarse e incluso levantarse en contra del nuevo gobierno de transición y han rechazado la declaración del presidente interino para convocar a nuevas elecciones parlamentarias.

Un partidario de Morsi, el Presidente derrocado, besa su retrato.

El ejército, por su parte, ha violado una y otra vez las libertades individuales y el estado de derecho. En nombre de la "reconciliación nacional" suspendió la Constitución, clausuró canales de televisión y encarceló periodistas. La realidad es que ni los Hermanos Musulmanes ni el ejército parecen capaces de reconocer que la democracia egipcia, como toda democracia, necesariamente tendrá que encontrar una manera de conciliar distintos puntos de vista. Hoy ninguna de las dos opciones está a la altura de lo que reclama y merece su ciudadanía.

En una columna del New York Times, el prestigioso filósofo del derecho norteamericano Bruce Ackerman sostuvo que solamente la adopción de un sistema de gobierno parlamentario garantizará la supervivencia de la democracia en Egipto. Según Ackerman, la naturaleza de suma cero de los sistemas presidenciales lleva a una concentración de poder en su figura. Debido a los altos niveles de conflictividad y división que caracterizan a la sociedad egipcia, sólo un sistema parlamentario garantizará que distintas partes negocien un gobierno de unidad. Asimismo, un sistema de este tipo evitaría las crisis y amenazas de golpes de Estado, ya que la disolución y formación de otro gobierno es posible a través de un acuerdo de las fuerzas parlamentarias.

El talón de Aquiles de toda propuesta de carácter institucional es que se olvida que una democracia se construye no solamente sobre un sistema de instituciones sino también sobre una cultura. La democracia no es sólo un sistema de selección de políticos sino también una actitud frente a la vida en sociedad, una actitud que implica un compromiso y respeto hacia el prójimo, la libre discusión de ideas y el diálogo.

¿Qué nos hace pensar que en este contexto de profunda división y polarización social se podría llegar a un acuerdo sobre las reglas del juego para iniciar una transición hacia un sistema parlamentario? La elección de instituciones resulta de un proceso de negociación entre diversos actores que actúan en base a sus intereses y preferencias. Asimismo, el funcionamiento exitoso de un sistema parlamentario depende del sistema de partidos y de las atribuciones constitucionales del Ejecutivo. Sería necesario, entonces, revisar el sistema electoral y las atribuciones del presidente en una nueva Constitución. Sin la irrupción de una cultura democrática se dificulta impulsar y consolidar un cambio de sistema.

Por eso, entre los Hermanos Musulmanes y el ejército se encuentra el actor más relevante para el futuro de la democracia en Egipto: la ciudadanía. Es precisamente el pueblo egipcio el que ha demostrado y sigue demostrando un enorme coraje, aun entre los dos fuegos de los Hermanos Musulmanes y las fuerzas armadas. Lideró la rebelión contra la dictadura de Mubarak, se manifestó contra los abusos y la corrupción de los militares, se opuso al autoritarismo de Morsi y ahora nuevamente se enfrenta al ejército. "Power to the people," (el poder al pueblo) cantaba John Lennon. Es precisamente en esa actitud de resistencia ciudadana al poder de turno donde se encuentra la semilla para que crezca una cultura que consolide la democracia

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