miércoles, 26 de junio de 2013

junio 26, 2013
MADRID, 26 de junio.- Hace 65 millones de años un asteroide de unos 10 km de diámetro llegó del espacio y se precipitó contra la Tierra. Ese cataclismo acabó con los grandes dinosaurios y puso la vida en jaque, aunque algunos científicos creen que fue gracias a ese colosal y destructivo impacto que el hombre está en el planeta, ya que de esta forma los mamíferos tuvieron una oportunidad de expandirse por el mundo.

La cicatriz del asteroide aún persiste en la península del Yucatán en México, un cráter de unos 300 km de diámetro. La explosión fue tal, que una ingente cantidad de rocas fundidas salieron despedidas incluso fuera de la atmósfera terrestre, llegando a la mitad de la distancia entre la Tierra y la Luna, y volvieron a caer por decenas de miles, incendiando gran parte del planeta.

Pero lo peor de todo no fue el impacto, sino sus consecuencias. Una descomunal columna de humo, polvo y cenizas, como si de cientos de volcanes activos se trataran, se elevó a decenas de km, rodeando todo el planeta. Durante meses o tal vez durante años, el Sol se hizo invisible. El frío se apoderó del planeta, las plantas no podían hacer la fotosíntesis y comenzaron a morir, de igual forma los herbívoros y los carnívoros.



El peligro continúa

Aún tenemos sobre nosotros el peligro de impacto de grandes asteroides. Esencialmente los llamados NEOS, cometas y asteroides cuyas órbitas se aproximan o se cruzan peligrosamente con la nuestra.

Los asteroides Atón cruzan la órbita de la Tierra y se internan en la de Venus e incluso en la de Mercurio. Otro grupo de asteroides son los denominados Apolo, cuyas órbitas cruzan la nuestra y el planeta Venus. Los asteroides Amor se localizan en la órbita de Marte, pero algunos de ellos pueden aproximarse a la Tierra. La mayor parte de estos asteroides son conocidos y sus órbitas han sido calculadas. De momento, ninguno de ellos lleva una trayectoria de caída sobre la Tierra.

Pero los asteroides no solo se almacenan en estos lugares, sino en otros muchos del Sistema Solar: entre Marte y Júpiter se cuentan por decenas de miles, es el cinturón principal de asteroides. Cualquier impacto entre ellos los desviaría de sus órbitas para llegar a cualquier lugar del Sistema Solar. El cinturón de Kuiper es un lejano conglomerado de asteroides en las proximidades de Plutón. Mucho más allá, a mitad de distancia entre el Sol y la estrella más cercana (entre 1 y 2 años luz), se encuentra un verdadero ejército de cometas y asteroides, cuyo conjunto se llama la Nube de Oort, que se cuentan por millones y que rodean a todo el Sistema Solar como si de una pompa gigante se tratara. En ocasiones y por motivos desconocidas, decenas de ellos caen hacia el Sistema Solar interior. Algunas investigaciones apuntan a que la fuerza de gravedad de estrellas cercanas hace vibrar a la nube, alterando las órbitas de cometas y asteroides.

Esta Nube de Oort se ha observado alrededor de otras estrellas y los científicos piensan que son los escombros o los desechos de la formación de sistemas solares.

Se está trabajando en programas espaciales para desviar asteroides. Uno de ellos, el europeo, consiste en enterrar una importante cantidad de explosivos bajo la superficie del asteroide y desviarlo. Otro, el norteamericano, en acercar una nave que con su fuerza gravitatoria desviaría el asteroide. Un tercero, el ruso, en hacer explotar un artefacto en las proximidades del asteroide, como si de un gran soplo se tratara para desviarlo.

El gran choque que formó la Luna

Lo que le ocurrió a la Tierra hace 65 millones de años no fue nada comparado con el mayor impacto sufrido por nuestro planeta. Cuando la Tierra se formó y aún no era un planeta sólido, hace unos 4.600 millones de años, ríos de material incandescente aún circulaban por la ardiente superficie. El acontecimiento es hasta la fecha la mayor catástrofe planetaria registrada en nuestro Sistema Solar. Esta teoría data de 1974.

Un planeta del tamaño de Marte chocó contra la Tierra a una velocidad de 40.000 km/h. El impacto fundió la Tierra por completo y parte de aquel planeta se unió con la Tierra para aumentar el tamaño del nuestro y fundir sus núcleos metálicos. El hipotético planeta es denominado Theia, madre de la diosa lunar en la mitología griega.

Pero una ingente cantidad de material fundido saltó al espacio, para volver a unirse y formar la Luna. Los cálculos indican que no solo hubo un encuentro, sino dos, hasta la total destrucción de Theia. La Tierra inclinó su eje y la Luna lo estabilizó, al mismo tiempo que ralentizaba los días a medida que pasaba el tiempo. Tras el impacto, la duración del día era de 5 horas y Theia convertida en nuestra Luna, solo estaba a 20.000 km, 20 veces más cerca que en la actualidad. Un impacto que produjo más beneficios que perjuicios, teniendo en cuenta que la vida aún no existía en la Tierra.

El origen de la vida

Nuestro planeta se enfrió con el tiempo y aparecieron las estaciones. Una atmósfera, el agua y temperaturas agradables posibilitaron la aparición de la vida, enigma aún sin resolver. La teoría de la panspermia, que es la más utilizada para determinar el origen de la vida, dice que la esta vino desde otros lugares del Cosmos, tal vez sobre cometas y asteroides que chocaron contra la Tierra y contenían, como se sabe en la actualidad, elementos básicos para la formación de la vida. El químico Svante August Arrhenius usa por primera vez la palabra panspermia para referirse al origen de la vida fuera de nuestro planeta en 1908.

Unos 1,200 millones de años tras aquel imponente impacto, la vida surgió y se extendió rápidamente sobre la Tierra. Podría parecer paradójico que el impacto de un asteroide o cometa no destruya los elementos esenciales para la vida que pudiera llevar consigo, debido al calor y la presión del propio impacto. La NASA ha estudiado el caso y realizado pruebas, sometiendo a aminoácidos, agua y otros elementos que llevan los cometas a temperaturas y presiones altísimas simulando el impacto.

Pero por increíble que parezca, no solamente los aminoácidos no quedaron destruidos, sino que estos comenzaron a formar péptidos, cuya misión entre otras es unir a los aminoácidos en proteínas. Los cometas están formados esencialmente de agua, hielo seco, sodio, metano, magnesio, silicatos, hierro y amoníaco. Durante las primeras etapas de la formación del Sistema Solar, millones de cometas impactaban sobre los planetas. La mayoría de ellos no presentaban condiciones favorables para acoger la vida, pero la Tierra y Marte sí.

Los cometas no deben ser propiedad exclusiva del Sistema Solar. De hecho, recibimos cometas de otras estrellas y nosotros lanzamos cometas más allá del Sistema Solar. Si la teoría de la panspermia es cierta, y cada vez toma mayor fuerza, podríamos hablar de millones de espermatozoides, cometas, cayendo sobre grandes óvulos que serían planetas cuyas condiciones son favorables para la vida. No siempre los planetas o satélites son fertilizados. Miles de cometas cayeron sobre Mercurio y la Luna, que contienen millones de cráteres de impacto, pero todo parece indicar que no sirvió de nada. No obstante, en Mercurio y la Luna hay hielo, ¿podrá existir vida en esos concretos lugares?

La pócima secreta

Se han encontrado bacterias extremófilas a 40 km de altura, soportando condiciones infernales como la radiación ultravioleta del Sol, pero ningún científico es capaz de saber si proceden de nuestro planeta o han sido depositadas allí por el paso cercano de algún cometa.

Podríamos concluir diciendo que la vida no surge por sí misma en ningún lugar del Universo, sino que necesita de unas condiciones adecuadas existentes en ciertos planetas y unas moléculas básicas que contienen los cometas, combinados en esos ambientes selectos del Universo como la Tierra.

A pesar de todo ello, no sabemos qué es lo que hace que surja la vida, que se cree, en definitiva. Si usted hace este experimento; mezclar los siguientes elementos: Oxígeno (60%), Carbono (18%), Hidrógeno (10%), Nitrógeno (3%), estos cuatro últimos mayoritariamente en forma de agua; Calcio (1.5%), Fósforo (1%), Potasio (0.25%), Azufre (0.25%), Sodio (0.15%), Cloro (0.15%), Magnesio (0.05%), y Hierro (0.006%), y otros de proporciones ínfimas, que son los elementos fundamentales del cuerpo humano, no creará vida. Debe de haber algo capaz de dar conciencia a la combinación de todos estos elementos. (Miguel Gilarte Fernández, presidente de la Asociación Astronómica de España y director del Observatorio Astronómico de Almadén de la Plata)

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